viernes, 27 de marzo de 2009

Que hacemos con Nuestros Sufrimientos Psicológicos.




Por Judú Krishnamurti




Extraído del libro: “El estado creativo de la mente”. Ed. Kier.




La vida nos parece demasiado vasta, demasiado vertiginosa para nosotros, y nuestras perezosas mentes, nuestra lenta manera de pensar, los hábitos a que nos hemos acostumbrado, crean invariablemente una contradicción dentro de nosotros; y tratamos de dictar condiciones a la vida. Y gradualmente, al continuar y aumentar esta contradicción y conflicto, nuestras mentes se vuelven más y más embotadas.


El valor de una mente sencilla
Es muy difícil pensar directamente, ver las cosas con claridad y seguir lo que vemos hasta el fin mismo, con lógica, razonadamente, con cordura. Es muy difícil ser claros y por lo tanto sencillos. No me refiero a la sencillez de las vestiduras exteriores, de las pocas posesiones; sino que me refiero a una sencillez interior. Creo que es indispensable el que abordemos con sencillez un problema muy complejo, como el del sufrimiento. De modo que, antes de abordar el dolor, tenemos que ver muy claramente lo que queremos decir con la palabra ‘sencillo’.

Ante todo, creo que para descubrir por uno mismo la manera de pensar sencilla y directamente, las definiciones y las explicaciones son realmente perjudiciales. La definición en palabras no hace sencilla a la mente, y las explicaciones no producen claridad de percepción. Por eso, me parece que tiene uno que darse cuenta cabalmente de la esclavitud a las palabras, aunque tenga también que darse cuenta de que es necesario utilizar palabras para la comunicación. Pero lo que se comunica no es meramente la palabra; la comunicación está más allá de la palabra; es un sentir, un ver, que no puede ponerse en palabras. Una mente en realidad sencilla no significa una mente ignorante. Mente sencilla es la que está libre para seguir todas las sutilezas, los matices, los movimientos de un hecho dado. Y para hacer esto, la mente tiene, por cierto, que estar libre de la esclavitud a las palabras. Semejante libertad produce una austeridad de sencillez. Cuando existe esa sencillez de enfoque, creo que entonces podemos percibir directamente y tratar de comprender lo que es el dolor.

Vayan al Oriente, a la India, a Asia, a África, y verán mucho dolor, dolor físico, hambre, degradación, pobreza. Esa es una clase de dolor. Vengan al mundo moderno, y todos están ocupados decorando la prisión exterior, enormemente ricos, prósperos, pero también ellos son muy pobres interiormente, muy vacíos; ahí también hay dolor.

Creo que la sencillez de la mente y el dolor están relacionados. Por cierto, vivir en el dolor a lo largo de nuestros días es, para decirlo con suavidad, la cosa más insensata que se puede hacer. Vivir en conflicto, en frustración, siempre enredados en el temor, en la ambición, presos del afán de realizar, de tener éxito, vivir toda una vida en ese estado me parece inútil e innecesario por completo. Y para estar libres del dolor, creo que debemos abordar muy sencillamente este complejo problema.

Son las evasiones las que producen dolor
Tenemos el dolor psicológico. Mi hermano, mi hijo, ha muerto, se ha ido. Ninguna teorización, explicación, creencia o esperanza me lo devolverá jamás. La implacable e inflexible realidad es el hecho de que se ha ido. Y el otro hecho es que yo me siento solo, porque él se ha ido. Éramos amigos, conversábamos, retamos, disfrutábamos juntos, y la compañía ha cesado y he quedado solo. La soledad es un hecho, y la muerte es un hecho. Me veo obligado a aceptar el hecho de su muerte, mas no acepto el hecho de estar solo en el mundo. Empiezo, pues a inventar teorías, esperanzas, explicaciones, como una evasión del hecho, y son las evasiones las que producen dolor, no el hecho de que yo esté solo, no el hecho de que mi hermano haya muerto. El hecho nunca puede traer dolor, y creo que es muy importante comprender esto, si es que la mente ha de quedar real y totalmente, por completo, libre de dolor. Creo que sólo es posible estar libre del dolor cuando la mente ya no busca explicaciones y escapes, sino que se enfrenta con el hecho. No sé si alguna vez han intentado hacer esto.

Sabemos lo que es la muerte y el miedo extraordinario que ella evoca. Es un hecho que moriremos, cada uno de nosotros, nos guste o no. Por eso racionalizamos la muerte o escapamos hacia las creencias ‑karma, reencarnación, resurrección, etc.- y por lo tanto mantenemos el miedo y huimos del hecho. Y la cuestión es si la mente está de veras interesada en llegar hasta el fin mismo y en descubrir si es posible estar total y completamente libre de dolor, no con el tiempo, sino en el presente, ahora.

He estado hablando esta mañana más o menos media hora sobre el dolor y la manera de librarse de él. ¿Los ayudo? ¿Realmente los ayudo en el sentido de que se libran de él, de no llevarlo con ustedes un día más, de estar totalmente libres de dolor? ¿Es que los ayudo? No lo creo. Por cierto tienen que hacer todo el trabajo ustedes mismos. Yo sólo estoy señalando. El poste indicador no tiene valor, en el sentido de que no sirve de nada el sentarse allí a leer eternamente el letrero. Tienen que hacer frente a la soledad y llegar hasta el fin mismo de ella, de todo lo implicado en ella. ¿Puedo yo ser de ayuda para el dolor del mundo? No sólo conocemos nuestra propia angustia y desesperación, sino que también la vemos en los rostros de otros. Podemos señalar la puerta por la que hay que pasar para estar libres, pero la mayoría de las personas quieren ser llevadas a través de esa puerta. Adoran a aquel de quien creen que los llevará; lo convierten en un salvador, un Maestro, cosas todas que son pura necedad.

Así pues, ¿puede cada uno de nosotros hacer frente al hecho, con inteligencia y sensatez? ¿Puedo hacer frente al hecho de que mi hijo, mi hermano, mi hermana, mi marido o esposa, quien fuere, ha muerto, y que yo estoy solo, sin escapar de esa soledad hacia las explicaciones, las ingeniosas creencias, las teorías, etc.? ¿Puedo yo observar el hecho, sea el que fuere: que carezco de talento, que soy una persona torpe y necia, que estoy solo, que mis creencias, mis estructuras religiosas, mis valores espirituales, son simplemente otras tantas defensas? ¿Puedo ver estos hechos sin buscar modos y medios de escapar? ¿Es ello posible?


¿Problemas de educación?
Creo que sólo es posible cuando a uno no le interesa el tiempo, el mañana. Nuestras mentes son perezosas y por eso siempre estamos pidiendo tiempo ‑tiempo para vencer esto, tiempo para mejorar. El tiempo no disipa el dolor. Puede ser que olvidemos un particular sufrimiento, pero allí está siempre el dolor, en lo profundo. Y creo que es posible eliminar enteramente el dolor en si, no mañana, no en el transcurso del tiempo, sino ver la realidad en el presente, y trascenderla.

Creo que la acertada educación entra en esto; y nuestra educación no ha sido correcta; se nos ha enseñado a pensar en términos de competencia, en términos de comparación. Me pregunto si uno realmente comprende, si en realidad ve directamente al comparar. ¿O es que uno sólo ve claramente, con sencillez, cuando la comparación ha cesado? Por cierto, uno sólo puede ver con claridad cuando la mente ya no es ambiciosa, ya no está tratando de ser o de llegar a ser algo ‑lo que no quiere decir que uno haya de estar satisfecho de lo que uno es. Creo que se puede vivir sin comparación, sin compararse uno con otro, sin comparar lo que somos con lo que deberíamos ser. El hacer frente a ‘lo que es’ sin cesar, barre por completo todas las evaluaciones comparativas, y creo que de ese modo puede uno eliminar el dolor. Creo que es muy importante que la mente esté libre del dolor, porque entonces la vida tiene un sentido totalmente diferente.

Vivir sin refugio
Otra de las infortunadas cosas que hacemos es buscar bienestar, no sólo físico, sino también psicológico. Queremos refugiarnos en una idea, y cuando esa idea falla nos desesperamos, lo que también engendra dolor. La cuestión, pues, es ésta: ¿Puede la mente vivir, funcionar, estar sin ningún amparo, sin ningún refugio? ¿Puede uno vivir de día en día, enfrentando cada hecho como surge y sin jamás buscar un escape, haciendo frente todo el tiempo a lo que es, a cada minuto del día? Porque entonces creo que encontraremos que no sólo termina el dolor, sino que la mente se vuelve asombrosamente sencilla y clara; es capaz de percibir directamente, sin palabras, sin el símbolo.
No sé si alguna vez han pensado sin palabras. ¿Hay algún pensar sin verbalización? ¿O es que todo pensar consiste en meras palabras, símbolos, descripciones, imaginación? Como vemos, todas estas cosas ‑las palabras, los símbolos, las ideas- perjudican la clara visión. Creo que, si uno quiere llegar hasta el fin mismo del dolor para descubrir si es posible estar libre del dolor ‑no eventualmente, sino viviendo libre cada día- tiene uno que entrar muy profundamente en sí mismo y desembarazarse de todas estas explicaciones, palabras, ideas y creencias, de modo que la mente esté de veras depurada y capacitada para ver lo que es.

Vivir, amar y aprender
Como decíamos el otro día, queremos vivir con el placer, ¿no es así? No tratamos de cambiar el placer; queremos que continúe todo el día y toda la noche, perpetuamente. No deseamos alterarlo, ni siquiera tocarlo, ni aun rozarlo con el aliento, por temor de que se vaya; queremos aferrarnos a él, ¿verdad? Nos adherimos a lo que nos deleita, que nos da gozo, placer, sensación. Estas cosas nos producen mucha excitación, sensación, y no queremos cambiar ese sentimiento; él hace que uno se sienta cerca de la fuente de las cosas, y nosotros queremos esa sensación, ¿no es cierto? ¿Por qué no podemos vivir igualmente con el dolor, con la misma intensidad, sin querer hacer nada con respecto a él? ¿Lo habéis intentado alguna vez? ¿Hemos tratado alguna vez de vivir con un dolor físico? ¿Hemos intentado vivir con el ruido?

Vamos a simplificarlo. Cuando un perro está ladrando por la noche y queremos dormir, y sigue ladrando y ladrando, ¿qué hacemos? Lo resistimos, ¿no es así? Le arrojamos objetos, lo maldecimos, hacemos lo que podemos contra él. Pero si en lugar de eso estuviéramos con el ruido, si escucháramos el ladrido sin ninguna resistencia, ¿habría fastidio? No sé si alguna vez lo habrán intentado. Deberían intentarlo alguna vez: no resistir. Así como no rechazamos el placer, ¿no podemos de la misma manera vivir con el dolor sin resistencia, sin elección, sin tratar nunca de escapar, sin entregaros nunca a la esperanza e invitar por ello la desesperación: simplemente vivir con él?

Vivir con algo significa amarlo. Cuando amamos a alguien, queremos vivir con esa persona, estar con ella, ¿no es así? De la misma manera puede uno vivir con el dolor, no púdicamente, sino viendo todo su cuadro, sin tratar nunca de eludirlo, sino sintiendo su fuerza, su intensidad, y también su completa superficialidad, lo que significa que no podemos hacer nada con respecto a él. Después de todo, no queremos hacer nada respecto de aquello que nos da intenso placer; no queremos cambiarlo, queremos dejarlo fluir. De la misma manera, vivir con el dolor significa, realmente, amar el dolor, y eso requiere mucha energía, mucha comprensión; significa vigilar continuamente para ver si la mente está escapando del hecho. Es terriblemente fácil escapar; puede uno tomar una droga, tomar una bebida, encender la radio, tomar un libro, charlar, etc. Pero vivir con algo enteramente, de manera total, tanto si es placer como si es dolor, requiere una mente que esté intensamente alerta. Y cuando la mente está tan alerta, crea su propia acción; o más bien, la acción viene del hecho y la mente no tiene que hacer nada con respecto a él.

Vivir con intensidad
Para vivir con algo, ya sea la fealdad o la belleza, tiene uno que ser muy intenso. Vivir con estas montañas día tras día, si no somos sensibles a ellas, si no las amamos, si no vemos sin cesar su belleza, sus cambiantes colores y sombras, sería llegar a ser como los campesinos que se han vuelto indiferentes para todo ello. La belleza corrompe lo mismo que la fealdad, si no somos sensibles para ella. Vivir con el dolor es como vivir con las montañas, porque el dolor embota la mente, la atonta. Cuando vemos toda la construcción del dolor, su anatomía, su intimidad, no teorizando sobre él, sino viendo efectivamente el hecho, su totalidad, entonces él se desprende. Cuando se ve algo totalmente, ha terminado. La rapidez, la celeridad de la percepción, depende de la mente. Pero si ésta no es sencilla, directa, si está atiborrada de creencias, esperanzas, temores, desesperaciones, queriendo cambiar el hecho, ‘lo que es’, entonces estamos prolongando el dolor.
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Como vemos, nuestra dificultad es, creo, que estamos tan apegados a las cosas en que nos refugiamos, que ellas son muy importantes para nosotros, se han vuelto extraordinariamente respetables. Creemos que si dejásemos de ser respetables, Dios sabe lo que pasaría. Por consiguiente nuestro apego a la respetabilidad se convierte en lo importante, y no el hecho de querer comprender la soledad, o cualquier otra cosa, totalmente. Ser intenso implica destruir todas las cosas que hemos considerado tan importantes en la vida. Por eso, quizá, el miedo nos impide ser intensos.

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