miércoles, 27 de enero de 2010

Reflexiones para Vivir una Vida Sana








Hay una analogía: la del automóvil con palanca de cambios.
Supongamos que yo le vendo a alguien un auto con palanca de cambios y la persona que me compra el auto siempre manejó autos automáticos o sea que no tiene idea de cómo usar el embrague y la palanca de cambios. Obviamente cuando arranque el auto y ponga “primera”, éste no va a moverse en forma automática, sino que dependerá del uso del embrague. Como el conductor en este caso no tiene idea de cómo funciona, el auto andará a los saltos, se parará el motor, harán ruido los engranajes de las marchas, etc.



Después de dos semanas de maltratar al auto, la transmisión dejará de funcionar y habrá que llevar el vehículo al mecánico. El mecánico (en nuestra analogía el médico) mira el auto (el enfermo) y dice: “hay que cambiar el embrague (la medicina) porque está roto (el diagnóstico)”. En ningún momento se le ocurre preguntarle al conductor cómo usa el embrague y la palanca de cambio (medicina preventiva).
Pasan dos semanas y nuevamente, debido al mal uso del auto, el embrague se vuelve a romper y nuevamente hay que llevarlo al mecánico, quien dice que hay que cambiar el embrague y sin saber qué es lo que lo causa, el mecánico determina que es una falla de fábrica del auto (una enfermedad crónica). De ahora en más el auto tiene que ser reparado cada dos semanas (medicación de por vida).

El problema es el siguiente, si le enseñan a la persona como usar el embrague, éste no se volverá a romper, pero al mismo tiempo no le van a poder vender más embragues (ganancia de los laboratorios farmacéuticos). La analogía es la siguiente: el 90% de las enfermedades del corazón son ocasionadas por la falta de cuidado del paciente (o sea el conductor del vehículo). ¿Y qué nos dice el médico?: “usted tiene un corazón débil, tiene las arterias tapadas, la presión alta… y éstos son los medicamentos que tiene que tomar para poder seguir funcionando”, pero nadie le enseña al paciente cómo ser un buen conductor de su propio vehículo, no es un buen negocio.

Pero hay otros muy buenos médicos que en vez de prescribir medicamentos, enseñan al paciente como conducir su propio vehículo y la diferencia en los resultados es enorme. En la medicina convencional, si le dan al paciente drogas y logran parar la enfermedad, lo llaman éxito. Aquellos médicos que conozco, dejaron de darles a los pacientes drogas y no sólo la enfermedad desapareció sino que se regeneraron los órganos que estaban afectados.

Nuestras comunidades celulares
Todo lo que necesitamos para sobrevivir, nuestras células también lo necesitan, porque estamos alimentando células. Las células necesitan oxígeno, comida, despojarse de residuos, la temperatura correcta, un medio ambiente propicio, y eso es exactamente lo que el ser humano necesita porque tiene 50 billones de células y todas necesitan lo mismo. Entonces si observamos cómo la célula vive su vida y vivimos nuestra vida de la misma forma, estaremos viviendo en armonía con nuestras células mucho más que como vivimos ahora.


Si pensamos que somos seis mil millones de personas viviendo en el mundo peleándonos por sobrevivir y lo comparamos con los 50 billones de células que viven en nuestro cuerpo en total armonía hasta que nos morimos, nos daremos cuenta que algo estamos haciendo mal.


Si analizamos esto veremos que en nuestro cuerpo cada célula tiene trabajo, recibe un salario, tiene cobertura médica, el dinero extra (energía) vuelve a la comunidad, y esto sin ser comunismo, porque no todas las células reciben el mismo salario.

Es necesario comer lo que se necesita, no lo que se quiere
Las células de la piel no reciben la misma cantidad de dinero (energía) que las neuronas, las neuronas están mejor pagas porque tienen un trabajo más grande. Pero el punto es que todas las células reciben los elementos básicos para una vida feliz y ordenada. A ninguna le falta nada, comen lo que necesitan, no lo que quieren. Y la realidad nos indica que nosotros vivimos en un mundo en donde hay hambre y al mismo tiempo tenemos tanta comida que nos estamos matando solamente por comer en exceso, esa es la principal razón por la que nos morimos jóvenes. Estamos comiendo los radicales libres de nuestra propia digestión que es lo que nos mata. Quiero agregar que nosotros deberíamos vivir hasta alrededor de los 140 años de vida y la razón por la cual no lo estamos logrando es porque nuestra dieta nos está matando y por el estrés. Debemos volver a la dieta de nuestros ancestros, cuando no había supermercados y todo era más simple y en menor cantidad. Es la cantidad de comida que ingerimos lo que nos está matando. No necesitamos toda esa comida para sobrevivir porque nosotros absorbemos energía de la atmósfera. Somos como máquinas Tesla, que se cargan con la energía del medio ambiente.

Podemos crear o curar un cáncer con nuestra forma de vida
La epigenética está sacando a la luz nuevas complejidades en relación a la naturaleza de las enfermedades, incluyendo el cáncer y la esquizofrenia. Básicamente la vieja creencia dice que genes defectuosos generan enfermedades. En la actualidad sabemos que la epigenética modifica la lectura del gen. La epigenética puede modificar el gen y crear 30.000 variaciones diferentes del mismo gen. Lo que significa que uno puede venir con un buen gen y crear una variación que es mutante o puedes venir con una variación mutante de un gen y crear una variación que es saludable. O sea que en la vieja versión nosotros somos los genes, pero en la nueva versión “nosotros somos el resultado de lo que escribamos en nuestros genes”. Con esto quiero decir que la mayoría de los diferentes tipos de cáncer son epigenéticos, las personas no traían genes malos, fue su estilo de vida y su conducta lo que causó que los genes se leyeran en forma defectiva porque modificaron su lectura influenciados por la epigenética, pero en forma negativa. O sea que podemos causar un cáncer con nuestra forma de vida, como también podemos curar un cáncer con nuestra forma de vida cambiando nuestro programa. La diferencia está en que si los genes nos controlan, como dice la vieja teoría, entonces somos víctimas porque no los elegimos y no los podemos cambiar. Cuando nos enteramos que alguien en nuestra familia tuvo cáncer, inmediatamente pensamos que vamos a tener cáncer. La nueva ciencia nos dice que tenemos un grupo de genes programados pero podemos reescribir lo que nosotros queramos y si estamos en el medio ambiente correcto y tenemos el apoyo correcto, podemos tener genes mutantes, reescribirlos y convertirlos en normales. Pero la situación que la mayoría de la gente está experimentando es que vinieron con genes normales y terminaron alterándolos con su estilo de vida creando una lectura negativa de los mismos. A la vez manifiestan una realidad negativa basada en la visión negativa que tienen.

Es como en el caso de alguien que tiene un padre diabético o una madre con cáncer o que sufrió un ataque al corazón y piensa todo el tiempo que le va a pasar a él también porque lo asocia con algo hereditario. La creencia es la que genera las enfermedades y la profesión médica promueve también lo mismo, con lo cual lo hace aun más grave porque ahora lo está diciendo un profesional, ya no es más una idea del paciente. A muy temprana edad hemos aprendido que lo que un profesional nos dice, como en el caso de un médico, es verdad, sin cuestionarlo. ¿Qué pasa entonces cuando un médico nos dice que nos vamos a morir en una fecha determinada, ya sea en dos meses o en seis meses? Bueno, nuestra mente subconsciente nos dice, “El doctor siempre tiene razón, es un profesional”. Lo que nos haya dicho ahora está en nuestro subconsciente y éste manifiesta exactamente lo que el médico nos dijo. Es el llamado efecto nocebo, contrario al efecto placebo. El efecto nocebo o sea una creencia negativa que causa la enfermedad. Ahora, ¿Cómo es que los médicos son tan exitosos en diagnosticar cuándo va a morir el paciente que tiene cáncer? La respuesta es que ellos no adivinaron nada, solamente enunciaron una fecha que se calcula por la continuidad de la forma en que ha sido tratada la enfermedad del paciente y los resultados negativos obtenidos hasta ese momento. El paciente generó una creencia y esa creencia es la que lo termina matando, a menos que se permita cambiar su forma de pensar con respecto a su enfermedad y se dé la oportunidad de curarse. Así actúa la remisión instantánea en una enfermedad terminal, la cual está totalmente ignorada por la medicina tradicional.

Los pensamientos positivos
Muchas veces la gente quiere cambiar cosas en su vida con pensamientos positivos o afirmaciones como por ejemplo: “quiero estar sano” o “quiero una buena relación de pareja”, pero para la mayoría de la gente esto no funciona y a la vez los frustra porque piensan: “si los pensamientos positivos les funcionan a otras personas, ¿Por qué no me funcionan a mi?”. El problema es que los pensamientos positivos vienen de la mente consciente y esta actúa el 5% del día. Ahora, la mente subconsciente está actuando el 95% del día, entonces tenemos una vida en donde el 5% del tiempo tenemos pensamientos positivos y si tenemos el subconsciente programado con ideas contrarias a lo que queremos manifestar conscientemente, el desbalance entre lo que queremos y lo que tenemos grabado en el subconsciente es enorme. A esto hay que agregarle que la mente consciente puede percibir 40 estímulos por segundo mientras que la mente subconsciente percibe 40 millones por segundo o sea que es un millón de veces más poderosa y ¡actúa el 95% del tiempo!. Ante semejante diferencia es imposible creer que si la mente consciente y la subconsciente no están alineadas, los pensamientos conscientes positivos puedan generar un cambio satisfactorio en nuestra realidad. Pero si tenemos una mente subconsciente que está de acuerdo con nuestros pensamientos positivos conscientes, entonces ambas mentes están en armonía y el cambio se manifiesta.

miércoles, 21 de octubre de 2009

LA CARGA DEL PASADO Y EL CUERPO DEL DOLOR


Por Eckar Tolle

LA CARGA DEL PASADO
La historia de Tanzan y Ekido, dos monjes Zen que caminaban por un sendero rural anegado a causa de la lluvia ilustra maravillosamente la incapacidad o la falta de voluntad de la mente humana para dejar atrás el pasado. Cuando se acercaban a una aldea, tropezaron con una joven que trataba de cruzar el camino pero no quería enlodar su kimono de seda. Sin pensarlo dos veces, Tanzan la alzó y la pasó hasta el otro lado.
Los monjes continuaron caminando en silencio. Cinco horas después, estando ya muy cerca del templo donde se alojarían,
Ekido no resistió más. "¿Por qué alzaste a esa muchacha para pasarla al otro lado del camino?" preguntó. "Los monjes no debemos hacer esas cosas".
"Hace horas que descargué a la muchacha", replicó Tazan. "¿Todavía llevas su peso encima?"

Imaginemos cómo sería la vida para alguien que viviera como Ekido todo el tiempo, incapaz de dejar atrás las situaciones del pasado, acumulando más y más cosas. Pues así es la vida para la mayoría de las personas de nuestro planeta. ¡Qué pesada es la carga del pasado que llevan en su mente!
El pasado vive en nosotros en forma de recuerdos, pero estos por sí mismos no representan un problema. De hecho, es gracias a la memoria que aprendemos del pasado y de nuestros errores. Los recuerdos, es decir, los pensamientos del pasado, son problemáticos y se convierten en una carga únicamente cuando se apoderan por completo de nosotros y entran a formar parte de lo que somos. Nuestra personalidad, condicionada por el pasado, se convierte entonces en una cárcel. Los recuerdos están dotados de un sentido de ser, y nuestra historia se convierte en el ser que creemos ser. Ese "pequeño yo" es una ilusión que no nos permite ver nuestra verdadera identidad como Presencia sin forma y atemporal.


Sin embargo, nuestra historia está compuesta de recuerdos no solamente mentales sino también emocionales: emociones viejas que se reviven constantemente. Como en el caso del monje que cargó con el peso de su resentimiento durante cinco horas, alimentándolo con sus pensamientos, la mayoría de las personas cargan durante toda su vida una gran cantidad de equipaje innecesario, tanto mental como emocional. Se auto imponen limitaciones a través de sus agravios, sus lamentos, su hostilidad y su sentimiento de culpa. El pensamiento emocional pasa a ser la esencia de lo que son, de manera que se aferran a la vieja emoción porque fortalece su identidad.
Debido a esta tendencia a perpetuar las emociones viejas, casi todos los seres humanos llevan en su campo de energía un cúmulo de dolor emocional, el cual he denominado "el cuerpo del dolor".


Sin embargo, tenemos el poder para no agrandar más nuestro cuerpo del dolor. Podemos aprender a no mantener vivos en la mente los sucesos o las situaciones y atraer nuestra atención continuamente al momento puro y atemporal del presente, en lugar de obstinarnos en fabricar películas mentales. Así, nuestra presencia pasa a ser nuestra identidad, desplazando a nuestros pensamientos y emociones. No hay nada que haya sucedido en el pasado que nos impida estar en el presente; y si el pasado no puede impedirnos estar en el presente, ¿qué poder puede tener?

EL CUERPO DEL DOLOR: INDIVIDUAL Y COLECTIVO
Ninguna emoción negativa que no enfrentemos y reconozcamos por lo que es, puede realmente disolverse por completo
. Deja tras de sí un rastro de dolor.
Para los niños en particular, las emociones negativas fuertes son demasiado abrumadoras, razón por la cual tienden a tratar de no sentirlas. A falta de un adulto completamente consciente que los guíe con amor y compasión para que puedan enfrentar la emoción directamente, la única alternativa que le queda al niño es no sentirla. Desafortunadamente, ese mecanismo de defensa de la infancia suele permanecer hasta la edad adulta. La emoción sigue viva y, al no ser reconocida, se manifiesta indirectamente en forma de ansiedad, ira, reacciones violentas, tristeza y hasta en forma de enfermedad física. En algunos casos, interfiere con todas las relaciones íntimas y las sabotea.

Todos los vestigios de dolor que dejan las emociones negativas fuertes y que no se enfrentan y aceptan para luego dejarse atrás, terminan uniéndose para formar un campo de energía residente en las células mismas del cuerpo. Está constituido no solamente por el sufrimiento de la infancia, sino también por las emociones dolorosas que se añaden durante la adolescencia y durante la vida adulta, la mayoría de ellas creadas por la voz del ego. El dolor emocional es nuestro compañero inevitable cuando la base de nuestra vida es un sentido falso del ser. Este campo de energía hecho de emociones viejas pero que continúan muy vivas en la mayoría de las personas, es el cuerpo del dolor.

Sin embargo, el cuerpo del dolor no es solamente individual. También participa del sufrimiento experimentado por un sinnúmero de seres humanos a lo largo de una historia de guerras tribales, esclavitud, rapacería, violaciones, torturas y otras formas de violencia. Ese sufrimiento permanece vivo en la psique colectiva de la humanidad y se acrecienta día tras día como podemos comprobarlo viendo los noticieros u observando el drama de las relaciones humanas. En el cuerpo colectivo del dolor seguramente está codificando el ADN de todos los seres humanos, aunque todavía no se haya podido demostrar.

DE CÓMO SE RENUEVA EL CUERPO DEL DOLOR
El cuerpo del dolor es una forma semiautónoma de energía, hecha de emociones, que vive en el interior de la mayoría de los seres humanos. Al igual que todas las formas de vida, necesita alimentarse periódicamente (absorber nueva energía) y su alimento es la energía compatible con la suya propia, es decir, la energía que vibra en una frecuencia semejante. Toda energía emocionalmente dolorosa puede convertirse en alimento para el cuerpo del dolor. Es por eso que tanto le agradan al cuerpo del dolor los pensamientos negativos y el drama de las relaciones humanas. El cuerpo del dolor es una adicción a la infelicidad.
Es probable que usted se sienta sorprendido al saber por primera vez que hay algo en su interior que busca periódicamente la negatividad emocional y la infelicidad. Es preciso estar más conscientes para verlo en nosotros mismos que para verlo en los demás. Una vez que la infelicidad se apodera de nosotros, no solamente no deseamos ponerle fin sino que tratamos de que los otros se sientan tan infelices como nosotros a fin de alimentarnos de sus reacciones emocionales negativas.

En la mayoría de los casos, el cuerpo del dolor tiene una fase activa y otra latente. Cuando está latente olvidamos fácilmente que llevamos una nube negra o un volcán dormido en nuestro interior, dependiendo del campo de energía de nuestro cuerpo del dolor en particular. El período que permanece latente varía de una persona a otra: unas cuantas semanas es lo más común, pero puede también ser unos cuantos días o unos meses. En algunos casos infrecuentes, el cuerpo del dolor puede permanecer en estado de hibernación durante años hasta que algún suceso lo despierta.

DE CÓMO SE ALIMENTA DE LOS PENSAMIENTOS EL CUERPO DEL DOLOR
El cuerpo del dolor despierta cuando siente hambre y es hora de reponer la energía perdida. Pero también un suceso puede activarlo en cualquier momento. El cuerpo del dolor que se dispone a alimentarse puede valerse del suceso más trivial para desencadenar su apetito, desde algo que alguien dice o hace, o incluso un pensamiento. Si la persona vive sola o no hay nadie cerca en el momento, el cuerpo del dolor se alimenta de los pensamientos. De un momento a otro, los pensamientos se tornan profundamente negativos. La persona estaba seguramente ajena al hecho de que justo antes del torrente de pensamientos negativos una oleada de emoción invadió su mente en la forma de un estado de ánimo negro y pesado, de ansiedad o de ira. Todos los pensamientos son energía y el cuerpo del dolor procede a alimentarse de esa energía. Pero no cualquier pensamiento le sirve de alimento. No es necesario ser particularmente sensibles para notar que un pensamiento positivo genera una sensación distinta a la que genera uno negativo. Aunque es la misma energía, vibra en una frecuencia diferente. Un pensamiento alegre y positivo es indigestible para el cuerpo del dolor, el cual solamente puede alimentarse de los pensamientos compatibles con su propio campo de energía.

Todas las cosas son campos de energía vibratorios en constante movimiento. Lo que percibimos como materia física es energía que vibra (se mueve) en una determinada gama de frecuencias. Los pensamientos están hechos de la misma energía pero vibran a una frecuencia más alta que la de la materia, razón por la cual no podemos verlos o tocarlos. Los pensamientos tienen su propia gama de frecuencias: los negativos están en la parte inferior del espectro, mientras que los positivos están en la parte superior de la escala. La frecuencia vibratoria del cuerpo del dolor resuena con la de los pensamientos negativos, razón por la cual solamente puede alimentarse de ellos.
La voz de la mente comienza a contar historias de tristeza, angustia o ira acerca de la vida, de nosotros mismos, de las otras personas, de los sucesos pasados, presentes, futuros o imaginarios. La voz culpa, acusa, reniega, se imagina. Y nosotros nos identificamos totalmente con lo que dice la voz y creemos todos sus pensamientos distorsionados. Es el momento en que se apodera de nosotros la adicción a la infelicidad.

No es tanto que no podamos frenar el tren de pensamientos negativos, sino que no deseamos hacerlo. Esto se debe a que, en ese momento, el cuerpo del dolor está viviendo a través de nosotros y suplantando a nuestro verdadero ser. Y al cuerpo del dolor le es placentero el sufrimiento. Devora ansiosamente todos los pensamientos negativos. En efecto, la voz que habla usualmente en la mente se ha convertido en la voz del cuerpo del dolor y ha asumido el control del diálogo interior. Se establece entonces un círculo vicioso entre el cuerpo del dolor y el pensamiento. Cada pensamiento alimenta el cuerpo del dolor y éste, a su vez, genera más pensamientos. En algún momento, después de unas cuantas horas o hasta días, una vez que está satisfecho, el cuerpo del dolor vuelve a dormir, dejando tras de sí un organismo agotado y un cuerpo mucho más susceptible a la enfermedad. Se parece mucho a un parásito psíquico, y eso es en realidad.

DE CÓMO SE ALIMENTA DEL DRAMA EL CUERPO DEL DOLOR
Cuando tenemos personas a nuestro alrededor, especialmente el cónyuge o un familiar cercano, el cuerpo del dolor busca provocarlas para poder alimentarse del drama que seguramente sobrevendrá. A los cuerpos del dolor les encantan las relaciones íntimas y las familias porque es a través de ellas que obtienen mayor alimento.

Es difícil resistirse cuando otro cuerpo del dolor está decidido a provocar una reacción en nosotros. Conoce instintivamente nuestros puntos más vulnerables. Si su primer intento no prospera, ensayará una y otra vez. Es emoción pura a la caza de más emociones. El cuerpo del dolor de la otra persona desea despertar el nuestro para que los dos puedan alimentarse mutuamente.

Muchas relaciones pasan por episodios violentos y destructivos montados por el cuerpo del dolor a intervalos periódicos. Un niño experimenta un sufrimiento casi insoportable cuando se ve obligado a presenciar la violencia emocional de los cuerpos del dolor de sus padres. Sin embargo, ese es el destino de millones de niños del mundo entero, la pesadilla de su diario vivir. También es una de las formas de transmitir el cuerpo del dolor de generación en generación. Después de cada episodio, los padres se reconcilian y hay un intervalo de paz relativa, en la medida en que el ego lo permite.

El consumo excesivo de alcohol suele activar el cuerpo del dolor, especialmente en los hombres, pero también en las mujeres. En estado de ebriedad, la persona sufre un cambio completo de personalidad cuando el cuerpo del dolor asume el control. Una persona profundamente inconsciente cuyo cuerpo del dolor se reabastece periódicamente a través de la violencia física suele dirigir esa violencia contra su cónyuge o sus hijos. Cuando recupera la sobriedad, su arrepentimiento es grande y auténtico y promete seriamente no volver a cometer esos actos de violencia. Sin embargo, la persona que habla y promete no es la entidad agresora, de tal manera que es seguro que vuelva a caer en ese comportamiento una y otra vez, a menos que reconozca el cuerpo del dolor que vive en su interior, opte por estar presente y logre dejar de identificarse con ese cuerpo del dolor.

La mayoría de los cuerpos del dolor buscan infligir sufrimiento y ser a la vez víctimas de él, pero algunos son principalmente victimarios o víctimas. En cualquiera de los dos casos, se alimentan de la violencia, sea ésta física o emocional. Algunas parejas que creen estar enamoradas en realidad se sienten atraídas porque sus respectivos cuerpos del dolor se complementan. Algunas veces, los papeles de víctima y victimario quedan claramente asignados desde su primer encuentro. Algunos matrimonios, en lugar de hacerse en el cielo se hacen en el infierno.

Quien haya tenido un gato sabe que, incluso mientras duerme, el gato parece saber lo que sucede a su alrededor porque al más mínimo ruido dirige las orejas hacia el lugar de donde vino y abre ligeramente los ojos. Los cuerpos del dolor son iguales. En un determinado nivel continúan despiertos, listos a entrar en acción cuando se les presente el motivo apropiado.

En las relaciones íntimas, los cuerpos del dolor son lo suficientemente sagaces para mantener un bajo perfil mientras se inicia la vida en pareja y ojala después de firmado el contrato en virtud del cual se crea el compromiso de vivir juntos durante el resto de la vida. No nos casamos con un esposo o una esposa sino también con los dos cuerpos del dolor. Puede ser verdaderamente desconcertante reconocer, al cabo de poco tiempo de vivir juntos o después de la luna de miel, que un buen día nuestra pareja experimenta un cambio radical de personalidad. Usa un tono de voz duro o estridente para acusarnos o culparnos, o nos grita probablemente a causa de un asunto relativamente trivial o se retrae por completo. "¿Qué te pasa?" preguntamos. "Nada", responde. Pero la energía intensamente hostil que emana de ella parece decir, "Todo anda mal". Cuando la miramos a los ojos, estos ya no brillan. Es como si un velo espeso hubiera descendido y que ese ser a quien conocemos y amamos y que solía brillar a través de su ego, estuviera completamente oculto. Es como si estuviéramos frente a un perfecto extraño en cuyos ojos vemos odio, hostilidad, amargura o ira. Cuando nos hablan, no es la voz de nuestro cónyuge o nuestra pareja, sino el cuerpo del dolor que habla a través de ellos. Lo que dicen no es más que la versión distorsionada de la realidad que nos ofrece el cuerpo del dolor, una realidad completamente distorsionada por el miedo, la hosti­lidad, la ira y el deseo de infligir y recibir más dolor.

En esos momentos nos preguntamos si ése es el verdadero rostro de nuestra pareja, el cual no habíamos visto antes, y si cometimos un grave error al elegir a esa persona. Claro está que no es su verdadero rostro, sino el cuerpo del dolor que ha tomado posesión de ella transitoriamente. Sería difícil encontrar una pareja que no cargue con un cuerpo del dolor, pero quizás sería prudente elegir a alguien cuyo cuerpo del dolor no sea tan denso.

LA LIBERACIÓN
El comienzo de la libertad implica que para liberarnos del cuerpo del dolor debemos, ante todo, reconocer que lo tenemos. Después, y más importante todavía, es preciso mantenernos lo suficientemente presentes y atentos para notar el cuerpo del dolor cuando se activa en nosotros, como un flujo pesado de emoción negativa. Cuando lo reconocemos, ya no puede fingir que es nosotros, ya no puede hacerse pasar por nosotros, ni vivir ni renovarse a través de nosotros.

La identificación con el cuerpo del dolor se rompe con la Presencia consciente. Cuando dejamos de identificarnos con él, el cuerpo del dolor pierde todo control sobre nuestra forma de pensar y, por tanto, no puede alimentarse de nuestros pensamientos para renovarse. En la mayoría de los casos, el cuerpo del dolor no se disuelve inmediatamente. Sin embargo, una vez roto su vínculo con nuestros pensamientos, comienza a perder energía. La emoción ya no nubla nuestro pensamiento; el pasado ya no distorsiona nuestras percepciones del presente. Entonces, la frecuencia en la cual vibra la energía atrapada anteriormente cambia y se transmuta en Presencia. Es así como el cuerpo del dolor se convierte en combustible para la conciencia, y esta es la razón por la cual los hombres más sabios e iluminados de nuestro planeta tuvieron también alguna vez un cuerpo del dolor denso y pesado.
Independientemente de lo que digamos o hagamos, o del rostro que le presentemos al mundo, no podemos ocultar nuestro estado mental y emocional. De todos los seres humanos emana un campo de energía correspondiente a su estado interior, y la mayoría de las personas lo pueden percibir, aunque su emanación se perciba únicamente a nivel subliminal. Esto quiere decir que los demás no saben por qué la perciben y, no obstante, esa energía determina en gran medida la forma como reaccionan frente a la persona. Algunas personas, cuando conocen a otra, perciben claramente su energía, incluso antes de cruzar palabra con ella. Sin embargo, con el tiempo las palabras pasan a dominar la relación, y con las palabras vienen los personajes y el drama. La atención pasa entonces al ámbito de la mente y se disminuye considerablemente la capacidad para percibir el campo de energía de la otra persona. Aun así, se continúa percibiendo a nivel del inconsciente.

Cuando reconocemos que los cuerpos del dolor buscan inconscientemente más dolor, es decir que desean que suceda algo malo, comprendemos que muchos accidentes de tránsito son causados por los conductores cuyos cuerpos del dolor están activos en ese momento. Cuando dos conductores cuyos cuerpos del dolor están activos al mismo tiempo llegan a una intersección, la probabilidad de que ocurra un accidente es mucho mayor que en circunstancias normales. Los dos desean inconscientemente que se produzca el accidente. El papel de los cuerpos del dolor en los accidentes de tránsito se aprecia más claramente en el fenómeno de los conductores iracundos que se tornan físicamente violentos por nimiedades como por ejemplo la lentitud del vehículo que va adelante.

Muchos actos de violencia son cometidos por personas "normales" que pierden la cabeza transitoriamente. En los procesos judiciales del mundo entero se oye a los abogados de la defensa decir, "esto no corresponde para nada con el carácter de esta persona", y a los acusados decir, "no sé qué me pasó". Hasta donde yo sé, ningún abogado, con el propósito de argumentar un atenuante, ha dicho nunca que "el cuerpo del dolor de mi cliente estaba activado y no sabía lo que hacía. De hecho no fue él quien cometió el acto sino su cuerpo del dolor".

¿Significa esto que las personas no son responsables de sus actos cuando están bajo el control de su cuerpo del dolor? Yo respondo, ¿Cómo podrían serlo? ¿Cómo podemos ser responsables cuando estamos inconscientes, cuando no sabemos lo que hacemos? Sin embargo, en el gran esquema de las cosas, los seres humanos están destinados a evolucionar hasta convertirse en seres conscientes, y quienes no lo hagan sufrirán las consecuencias de su inconciencia. Estarán en disonancia con el ímpetu evolutivo del universo.

Pero incluso ésta es una verdad relativa. Desde un punto de vista superior, no es posible estar en disonancia con la evolución del universo, y hasta la inconciencia humana y el sufrimiento que de ella emana son parte de esa evolución. Cuando ya no podemos soportar el ciclo permanente de sufrimiento, comenzamos a despertar. Así, también el cuerpo del dolor ocupa un lugar necesario en el esquema general de las cosas.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Creando Adolescentes en Riesgo


Por Laura Gutman
Extraído del libro “Crianza, violencias invisibles y adicciones”


Llegamos a la adolescencia cansados. Fuera de nuestro equilibrio, sin saber qué nos gusta, qué queremos ni hacia dónde vamos, insatisfe­chos y, además, enojados. También precisamos hacer elecciones diametralmente opuestas a las elecciones de nuestros padres, para afirmar con solidez nuestro "yo separado". Pero una cosa es poner distancia saludablemente y otra es estar alejados de la propia búsqueda personal.

La adolescencia nos encuentra con el deseo de no depender más emocionalmente de nuestros padres, pero, en muchos casos, sin una construcción interna consistente. Entonces, esas ansias de libertad y autonomía las desplegamos sin mucho cuidado. Ya sea alejándonos de nuestras percepciones, consumiendo vorazmente sustancias que nos den una falsa sensación de libertad (tabaco y alcohol, principal­mente), o bien enojándonos. Coincide, además, con el período en que se nos solicita a los adolescentes que definamos una identidad, pre­ferentemente a través de la "vocación", pero pocos estamos en con­diciones de apropiarnos del "sí mismo" profundo que nos permita conocer nuestras virtudes e imaginar un modo personal de desarro­llarlas. En general, es una época de sufrimiento, a mitad de camino entre el desconcertante deseo propio y el inalcanzable deseo de nuestros padres.

Recién cuando aparecen problemas de drogadicción en nuestros hijos adolescentes o los muy modernos diagnósticos de bulimia y anorexia, los padres "vemos" que algo está pasando. Y corremos a buscar solu­ciones inmediatas para "terminar" con este problema. Pero el asunto pasa por darnos cuenta de que ese joven adolescente perdió durante toda su infancia la posibilidad de encontrarse con su propio ritmo o sus deseos ocultos, intentando no defraudar a sus padres y desplazan­do sus necesidades primarias. Hace ya mucho tiempo que dejó de reconocer sus propias señales, y cuando le preguntamos qué desea o qué le importa... clava su mirada en un punto perdido con "cara de nada" o, a lo sumo, se sumerge en la música que suena dentro de sus auriculares que lo aíslan de toda conexión externa. De todas maneras, allá fuera ya no hay nada que le interese, porque fue perdiendo duran­te años toda vibración y resonancia de su ser interior.

Aún así, me sigue asombrando que los padres dispuestos a iniciar un diálogo con sus hijos adolescentes, desde la honestidad y el dolor de las propias limitaciones, logren rápidamente atraer la atención de es­tos jóvenes en apariencia apáticos. Podemos jugar las últimas cartas de la comunicación y la apertura del corazón -desde el lugar de padres-, siempre y cuando estemos dispuestos a mirarnos para aden­tro y compartir nuestros descubrimientos dolorosos con nuestros hijos. Cuando se conviertan en adultos, en pocos años más, todo pro­ceso de indagación personal va a depender de la decisión consciente y personal de ellos. Ya no de nosotros.

Si los adultos necesitamos seguir creyendo que el "problema" lo tiene el adolescente y buscamos "soluciones", la brecha de la incompren­sión se acrecienta junto al desprecio de ese joven hacia nosotros. La mayoría de los adolescentes está harta de la hipocresía de esos padres a quienes ya no les cree y sigue sufriendo la distancia emocio­nal que los padres instauraron en los vínculos familiares. Con el agra­vante de no tener recursos personales para modificar las cosas, salvo perpetuar un sistema de insatisfacción, luego, consumo, mayor vacío y más consumo.

Es evidente que somos los adultos quienes siempre podemos posar las manos sobre el corazón y reconocer nuestra inmensa soledad y nuestra incapacidad para ofrecer algo más que la violencia interna que nos devora. Aun con la "urgencia" de un joven en riesgo. Porque insistimos en creer que la urgencia se instaló ahora que el síntoma se hizo demasiado evidente, cuando, en realidad, hace años que el niño viene pidiendo auxilio.

Urgente es el hambre de mamá cuando soy recién nacido, urgente es la caricia contenedora de mamá cuando soy muy pequeño y hay depredadores por doquier, urgente es la presencia de mamá cuando mi cuerpo está desgarrado de soledad. En cambio, cuando la droga, por ejemplo, viene a calmar toda urgencia... nos sobra el tiempo para recorrer todos los rincones de la historia personal y comprender por qué nos pasa lo que nos pasa y hacia dónde nos conduce.

Cuando el adolescente entra claramente en una espiral de consumo de alcohol o de drogas duras, o bien en el circuito de bulimia y anorexia, parece que recién en ese momento los padres nos asustamos y es­tamos dispuestos a escuchar las señales. Ya pasaron tal vez quince años o dieciocho o veinte. Nunca antes estuvimos dispuestos, porque no nos pareció peligroso el llanto desgarrador del bebé, el llanto de­sesperado del niño en el colegio o las enfermedades a repetición de un niño cada vez más debilitado. Ahora sí comprendemos la urgencia, aunque las señales fueron claras desde un principio.

Es posible que el adolescente descrea del acercamiento de su padre o su madre, ya que pasó toda su vida reclamando presencia sin obtener­la. ¿Por qué tendría que confiar en nosotros? Nada lo remite a fiarse del acercamiento amoroso. En estos casos, a veces es más útil que otro adulto contenedor, confiable y mediador apoye a la familia en el último intento de ese joven por pedir amor y sentirse merecedor y va­lioso como hijo.

viernes, 14 de agosto de 2009

La Ternura, un acto de coraje.


Por Alex Rovira



"Nada es pequeño en el amor.
Aquellos que esperan las grandes ocasiones
para probar su ternura, no saben amar."



Si algún elemento da belleza y sentido a la vida y hace que ésta sea buena es, sin duda, la ternura, ya que ella es la expre­sión más serena, bella y firme del amor. Es el respeto, el reconocimiento y el cariño expresado en el gesto, en el de­talle sutil, en el regalo inesperado, en la mirada cómplice o en el abrazo entregado y sincero. Gracias a la ternura, las relaciones afectivas crean las raíces del vínculo, del respeto, de la consideración y del verdadero amor. Sin ternura es difícil que prospere la relación de pareja. Pero además es gracias a la ternura que nuestros hijos reciben también un sostén emocional fundamental para su desarrollo como fu­turas personas.


Al parecer, los recuerdos que más nos acompañan en los últimos instantes de nuestra vida no tienen que ver con momentos de triunfo o de éxito, de pompa y circunstancia, sino mas bien con experiencias donde lo que acontece es un encuentro profundo con un ser amado, un momento de intimidad serena cargado de significado: palabras de gratitud, caricias, miradas, un adiós, un reencuentro, un gracias, un perdón, un te quiero, compasión, sentimiento compartido, intimidad vivida desde la serenidad desnuda. Son esos instan­tes los que quedan grabados en la memoria gracias a la luz de la ternura que revela la excelencia del ser humano a través del cuidado, el respeto y el afecto.

Mahatma Gandhi decía que un cobarde es incapaz de mostrar amor, ya que hacerlo está reservado a los valientes. Y así es: paradójicamente, la ternura no es blanda, sino fuerte, firme y audaz porque se muestra sin barreras, sin miedo. Es más, no sólo la ternura puede leerse como un acto de coraje, sino también de voluntad para mantener y reforzar el vínculo de­seado de una relación, que se proyecta en el futuro, gracias al deseo y a la imaginación creadora. La ternura es en verdad lo que hace fuerte al amor y enciende la chispa de la alegría en la adversidad, el revés o las circunstancias grises y oscuras de la existencia. Gracias a ella toda relación deviene más profun­da y duradera, porque su expresión no es más que un síntoma del deseo de que el otro esté bien.

La ternura implica, por lo tanto, confianza y seguridad en uno mismo. Sin ella es imposible la entrega decidida. Y lo más paradójico es que su expresión no es ostentosa, ya que se manifiesta en pequeños detalles: la escucha atenta, respetuosa y activa, el gesto amable que no espera respuesta, la demos­tración verdadera de interés por el otro, ajena de expectativa de contrapartida.

La ternura expresa además la calidad de una relación. Sexo con ternura es expresión del amor. Sin ternura, una relación basada puramente en la sexualidad está condenada a la ruptura en un mayor o menor plazo de tiempo. Porque aunque pueda haber intensidad sensorial en el intercambio físico, sin ternura se produce una relación que no busca el bien del otro, sino que se encierra en la búsqueda del propio placer y hace del otro un objeto de satisfacción y nada más. La ternura es el reposo de la pasión. En efec­to, la pasión del enamoramiento es efímera y da paso, con el tiempo, a una relación más reposada donde se instala la ternu­ra. Sin ella, la relación de pareja está condenada a largo plazo al fracaso, porque su ausencia genera aburrimiento, rutina, pe­reza, apatía, distancia, abandono, dejadez y egoísmo.


TERNURA Y SALUD


"Lo que das, te lo das. Lo que no das, te lo quitas."


En un estudio en el que se interrogó a diez mil hombres sobre su salud, hábitos y circunstancias, se concluyó que el indicador más fiable de una angina de pecho era la respuesta a la pre­gunta ¿Le demuestra su pareja que lo ama? Un Si por respuesta se relacionaba estadísticamente, y de manera muy significa­tiva, con el no haber sufrido una angina de pecho, mientras que quienes respondían No habían sufrido esta dolencia car­diaca en un porcentaje muy superior a la media.

Pero no sólo sufre quien no recibe caricias, sino también quien no las expresa. En una investigación realizada en la Universidad de Stanford, dirigida por James Gross, se con­cluyó que suprimir la expresión de las emociones conlleva altos costos psicológicos, sociales y de salud. A partir de esta investigación, las personas que no suelen manifestar sus emo­ciones son más infelices y se sienten más aisladas. Es más, aparentemente la supresión de la expresión de estas emocio­nes no reduce y hasta puede aumentar la intensidad de las emociones negativas, como un disgusto, ansiedad, tristeza y vergüenza. Por este motivo, los individuos que suelen supri­mir la expresión de sus sentimientos, generalmente manifies­tan más experiencias negativas y menos positivas. Además, la falta de expresión de los sentimientos genera un mayor estrés psicológico, tanto en quien suprime su expresión como en la persona con quien interactúa (en los estudios, éstos mostraron un aumento importante de la presión sanguínea). Por otra parte, la supresión de la expresión de las emociones se asocia con una baja de la inmunidad fisiológica.

UN PUNTO DE APOYO

"No hay más muerte que la ausencia de amor."

La ternura encuentra también un espacio para desarrollar su extraordinario valor en los momentos de sufrimiento, triste­za, abatimiento, dolor, desesperación, desgracia o adversidad. La mano que acaricia o acompaña, la presencia firme y soli­daría ante la injusticia, la llamada o el mensaje en el que pocas palabras se convierten en un cimiento, son actos elocuentes de ternura.

Expresar el afecto, saber escuchar, hacerse cargo de las preocupaciones y problemas del otro, comprender, saber aca­riciar, saber cultivar el detalle, acompañar, estar física y aní­micamente en el momento adecuado son actos de entrega generosa y espontánea, cargados de valor y significado, crea­dores de momentos de Buena Vida. Y es que en el amor no hay nada pequeño. Esperar las grandes ocasiones para expre­sar la ternura nos lleva a perder las mejores oportunidades que nos brinda lo cotidiano para hacer saber al ser amado cuan importante es para nosotros su existencia, su presencia, su compañía. Es en el pequeño gesto cargado de sentido, donde se manifiesta la ternura. Ya lo dijo hace más de dos mil años el poeta latino Publio Virgilio Marón, "El amor todo lo ven­ce." Y es verdad, si cabe más aún, a través de la ternura.

Gente
Hay gente que con sólo decir una palabra
enciende la ilusión y los rosales;
que con sólo sonreír entre los ojos
nos invita a viajar por otras zonas,
nos hace recorrer toda la magia.

Hay gente que con sólo dar la mano
rompe la soledad, pone la mesa,
sirve el puchero, coloca las guirnaldas,
que con sólo empuñar una guitarra
hace una sinfonía de "entrecasa".

Hay gente que con solo abrir la boca
llega a todos los límites del alma,
alimenta una flor, inventa sueños,
hace cantar el vino en las tinajas
y se queda después, como si nada.

Y uno se va de novio con la vida
desterrando una muerte solitaria
pues sabe que a la vuelta de la esquina
hay gente que es así, tan necesaria.

Hamlet Lima Quintana

viernes, 7 de agosto de 2009

Cambia un hombre...Cambian los hombres



Por Sergio Sinay



La especie humana está partida, los hombres gobiernan el mundo y la gran mayoría de ellos son responsables de haber­lo convertido en un lugar hostil, peligroso y tóxico. Cuantos más hombres, durante cada jornada, protagonicen más cambios en sus actitudes y acciones, mayor cantidad de transformaciones serán perceptibles en el universo que com­partimos.

En 1981 el biólogo inglés Rupert Sheldrake desa­rrolló su hipótesis del Mono Cien, una verdadera revolución del pensamiento cuántico. Se basaba en una experiencia efec­tuada a lo largo de treinta años en un archipiélago japonés. Allí los científicos que estudiaban colonias de monos arrojaban papas en la playa para que los monos se alimentaran, y seguían viaje sin desembarcar para no molestar a los anima­les y no entorpecer la observación de sus conductas. Los monos comían las papas con la cáscara cubierta de arena; no siempre les gustaban, muchas veces las dejaban. Así fue has­ta que un día, Imo (una mónita de dieciocho meses) lavó la papa en el agua. Limpia de arena, era más sabrosa. Le ense­ñó el truco a otros monitos, estos lo transmitieron a sus ma­dres, y éstas a otros monos adultos. Al poco tiempo todos los monos de esa isla lavaban las papas. No pasó mucho an­tes de que todos los monos de todo el archipiélago lo hicie­ran, a pesar de que no había contacto visual entre cada isla y las otras.

Sheldrake habló del Mono Cien al referirse al mo­mento clave de la transformación colectiva. Podríamos lla­marlo masa crítica. Cuando llegó a haber un número sufi­ciente de individuos repitiendo una conducta, ésta se hizo propiedad de la especie, se convirtió en algo natural. Según Sheldrake, cuando una conducta es sostenida du­rante suficiente tiempo y por una suficiente cantidad de in­dividuos, se constituye un campo mórfico, un espacio virtual y sincrónico en el cual se acumulan y conforman todas las experiencias previas de la especie que, de ahí en más, actua­rá naturalmente de esta manera, y ya no necesitará apren­derlo. La novedad será heredada de manera natural por las próximas generaciones. De esto hablaba, a su manera, Carl Jung cuando describió el inconsciente colectivo. El biólogo sostiene que la idea de los campos mórficos vale para todas las especies, y también para las moléculas de proteínas, para los átomos o para los cristales.

Cambiar el modelo de la masculinidad tóxica re­quiere, pues, la repetición de ciertas conductas de un mo­do sostenido y creciente, el compromiso con una actitud y la convocatoria, hombre a hombre, a que más varones lo ha­gan. Se trata de crear el campo mórfico de la masculinidad sa­nadora, nutricia, compasiva, amorosa, fuerte, creativa.
¿Lo que hacen los monos es imposible para los hombres? Proba­blemente no, siempre y cuando los varones asuman la tarea transformadora con su energía mítica de guerreros. Estos guerreros no van a ningún campo de batalla exterior, no van a matar, a destruir ciudades y vidas, en nombre de su dios, del petróleo o de una cínica versión de lo que llaman "paz". El Guerrero interior, mítico, de cada varón afronta otra odi­sea. Un místico hindú lo definió de esta manera: "Ha­brá numerosos enemigos internos, pero no habrá que matar­los ni destruirlos; tienen que ser transformados, tienen que ser convertidos en amigos. La rabia tiene que ser transforma­da en compasión, el deseo en amor y así con todo. Por eso no es una guerra, pero un hombre necesita ser un guerrero."

Cambiar Conductas
¿Qué son conductas? La respuesta a esta pregunta puede abrir un abanico sorprendente. Veamos cuándo y cómo, de qué maneras reales y accesibles, un hombre cambia una conducta y, por lo tanto, ayuda a la transformación de otros hombres:

* Un hombre que tiene prioridad y tiempo para atender a sus hijos, para preguntarles y escuchar, para compartir experien­cias con ellos, que participa activamente de la crianza de esos hijos, aunque eso signifique postergar un ascenso profesional o resignar un ingreso, cambia de conducta y ayuda a cambiar a otros hombres.

* Un hombre que, en cualquier actividad (ya fuere comercial, política, deportiva, militar, económica, organizacional, investigativa, científica, tecnológica, cultural o sanitaria) se niega a cum­plir órdenes o mandatos inmorales, fuera de ética, corruptos, que dañen a otros, a cualquier ser vivo o al medio ambiente, aunque esa negativa tenga consecuencias económicas o curriculares, cam­bia una conducta y ayuda a cambiar a otros hombres.

* Un hombre que reconoce cuándo no puede, o cuándo no sa­be o cuándo, ha sido vencido en buena ley, así fuere en los nego­cios, como en el deporte, en el amor o en la política, y que no prepara su revancha como primer objetivo, cambia una con­ducta y ayuda a cambiar a otros hombres.

* Un hombre que actúa en política y no vende sus sueños, sus utopías o su proyecto para un bien común, aunque eso signifi­que tener menos poder, cambia una conducta y ayuda a cambiar a otros hombres.

* Un hombre que pueda escuchar a la mujer sin interrumpir y sin verse obligado a dar respuestas y soluciones, un hombre que se atreve a mostrar a su mujer sus capacidades e incapacidades, su inteligencia y su estupidez, su fuerza y sus flaquezas, su capacidad sanadora y sus heridas, cambia una conducta y ayuda a cambiar a otros hombres.

* Un hombre que acompaña el crecimiento de sus hijos y les transmite confianza y admiración, sin desvalorizarlos cuando ellos se equivocan en la búsqueda, o no se amoldan a las expectativas de él, que incluso los autoriza a equivocarse, que los guía con límites firmes y afectuosos, y que garantiza con actos, el carácter incondicional de su amor, cambia una conducta y ayuda a cambiar a otros hombres.

* Un hombre que se autoriza a cambiar su vocación cuando una voz interior se lo pide, que se permite ganar menos y disfrutar más, que puede verse desnudo, sin el traje de su oficio y pro­fesión, y disfruta de lo que ve, que no posterga sus prioridades es­pirituales y emocionales en nombre de la exigencia productiva, cambia su conducta y ayuda a cambiar a otros hombres.

* Un hombre que se preocupa por su salud y le da un espacio no marginal en su espectro de ocupaciones, para que de ese mo­do no sean otros (su familia, la sociedad) los que tengan que cargar con las consecuencias, cambia una conducta y ayuda a cambiar a otros hombres.

* Un hombre que se niega a ser manipulado por quienes le ge­neran falsas necesidades, lo incitan a la competencia fatua, o pretenden seducirlo con ilusiones de poder o identidad, y se nie­ga a rendirse ante el consumismo obsceno, descarado, depreda­dor y contaminador de la sociedad contemporánea, cambia una conducta y ayuda a cambiar a otros hombres.

* Un hombre que abre espacio en su vida para las exploracio­nes, las preguntas, las búsquedas y las experiencias espirituales, cambia una conducta y ayuda a cambiar a otros hombres.

* Un hombre que aprende a jugar para divertirse y confraternizar, para intercambiar el estimulante sudor del esfuerzo com­partido, que deja de hacer de cada juego (fútbol, tenis, básquet, hockey, etcétera) un campo de batalla, cambia una conducta y ayuda a cambiar a otros hombres.

* Un hombre que compite para superarse en primer lugar a sí mismo, antes que para batir, imponerse o humillar a otro, cam­bia una conducta y ayuda a cambiar a otros hombres.

* Un hombre que hace de otro hombre su confidente espiri­tual y su apoyo emocional, que aprende a escuchar el corazón de otro varón sin cuestionarlo, sólo recibiéndolo, y que aprende a abrir el suyo y a depositarlo en las manos de otro varón, cam­bia una conducta y ayuda a cambiar a otros hombres.

* Un hombre que puede poner límites sin ser violento, un hombre que (ante su mujer, sus hijos, sus amigos, sus hermanos, sus subordinados, sus superiores o ante los desconocidos) puede ser firme y suave, claro y confiable, emprendedor y receptivo, cambia una conducta y ayuda a cambiar a otros hombres.

* Un hombre que vive de acuerdo con los valores que predica en lugar de predicar valores que no ejerce, un hombre que tra­duce su amor en hechos concretos de amor, su honestidad en he­chos concretos de honestidad, su sinceridad en hechos concretos de sinceridad, su austeridad en hechos concretos de austeridad, su compasión en hechos concretos de compasión, su solidaridad en hechos concretos de solidaridad, su aceptación en hechos con­cretos de aceptación, cambia una conducta y ayuda a cambiar a otros hombres.

Las Voces del silencio
Es importante valorizar a esa minoría silenciosa de varones que conservan o cultivan en sí los hábitos más fértiles, nutricios y trascendentes de la hombría y que procuran un mundo diferente, mejor, compasivo, soli­dario, cooperativo, diverso y fecundo, y lo hacen con coraje verdadero, con empatía, con constancia, con compromiso, con pasión y compasión, sin vergüenza ni arrepentimiento por su condición de varones. Esos hombres son pocos, pero existen, son profundamente y auténticamente masculinos, son padres, son maridos, son amantes, trabajan, persisten en un universo político putrefacto que procura expulsarlos o callarlos una y otra vez, asoman a veces en el campo ética­mente corrupto de los grandes negocios, intentan limpiar con sus actos las entrañas fétidas del deporte profesionaliza­do a ultranza, se oponen a la voracidad de las corporaciones, van en son de paz a los campos de batalla (esos campos a donde otros hombres, verdaderos cobardes de traje, corbata y discursos que jamás empuñan un arma, mandan a otros varones a matar primero y a morir después).

¿Representan esos pocos varones una esperanza? ¿Son apenas un error? ¿Sobrevivirán? ¿Auguran la posibilidad de otro paradigma masculino? ¿Son concientes de lo que enuncian? Esta serie de interrogantes podría converger en uno solo, el siguiente: ¿es posible transformar el paradigma masculino, instaurar en su lugar un modelo de hombría soste­nido en la fuerza del amor, en el coraje del espíritu y en la bra­vura de la compasión?

Creo, en cambio, que el paradigma masculino actual es una deformación dolorosa y dañina, la metástasis de la intolerancia, un modelo de pensamiento y de acción a contrapelo del propósito esencial de la vida, que es el de perpetuarse a sí misma preñada de trascendencia y significado. Los pocos, silenciosos e ignotos hombres que atraviesan la experiencia de una masculinidad vital, son emergentes de otro paradigma: ellos anuncian, sin pretenderse profetas, la existencia del mismo. No representan un movimiento, no han desarro­llado lemas ni consignas, no siguen políticas conjuntas (sal­vo aislados grupos). No arrastran a la sociedad ni, mucho menos, a masas de varones detrás de sí. Viven sus vidas, crean vínculos diferentes, exploran caminos distintos, pro­curan darle a sus existencias un sentido emocional, espiri­tual, afectivo profundo. A menudo lo hacen solos, sin cono­cerse, simplemente honrando sus vidas y vínculos cotidia­nos. Tratan, aunque no lo declamen, de que su paso por la vida deje una huella fecunda, una simple y pequeña huella fecunda. Observados en el conjunto, muchas veces estos hombres parecen anómalos, sapos de otro pozo, patitos feos. Todos sabemos cómo terminaba el cuento de Andersen: el patito era un cisne bello y majestuoso. Sólo por eso los patos, ignorantes, se burlaban de él, lo despreciaban y no lo incluían en la comunidad de los patos… problema de ellos.


Extraído de “La masculinidad tóxica” Ediciones B

martes, 4 de agosto de 2009

Nueva...¿Paternidad?


Por Sergio Sinay


Abunda un discurso triunfalista acerca de una supuesta nueva paternidad, una "nueva paternidad" que no ha provoca­do una presencia masiva de hombres en las reuniones escola­res de padres, en los consultorios de los pediatras, en las acti­vidades formativas de sus hijos, en la conducción afectiva, en la disposición de límites y orientación de conductas, en la intervención amorosa y firme ante situaciones riesgosas de los adolescentes, en la capacidad de dialogar profundamente con los hijos aun discrepando.

La "nueva paternidad" de los flamantes discursos a la moda, se regocija de los pañales cambiados, de la disposición paterna a convertirse en "amigo" de los hijos (quienes ya tienen amigos, pero claman por un padre), de la flexibilización en las normas, de la propensión a "acompañar" a las mamás. Confunde diálogo con consen-timiento, permiso con desliga-miento. Bajo la etiqueta de la "nueva pater-nidad" se producen fenómenos contra-dictorios: de aquellos padres inac­ce-sibles, rígidos, que generaban acata-miento temeroso en los hijos, se ha derivado a un tipo de vínculo en el que los padres parecen temer culposamente a los hijos. Como conclusión de esto me atrevo a sostener que la "nueva paternidad" es sólo una nueva etiqueta y una nueva vestimenta para la orfandad pater­na que padecemos. Está muy lejos de ofrecer una respuesta profunda, esencial, contrastante al modelo masculino tóxico, no le disputa su presencia hegemónica, no sana las heridas que éste viene produciendo a nivel social e individual.

Acaso tampoco se trate de crear un "nuevo padre". Vivi­mos en una cultura adicta a lo "nuevo", tan adicta que nece­sita novedades como el cocainómano ansia su sustancia. De­voramos "novedades" sin digerirlas, sin proceso metabólico, y acabamos por hacer de la palabra "nuevo" un simple sinóni­mo de fugaz, efímero, pasajero, banal, breve, fugitivo. Preten­demos llenar con lo "nuevo" los vacíos pavorosos de nuestras angustias existenciales. Y no lo lograremos. Porque esos va­cíos sólo se reparan a través de lo trascendente, a través de lo significativo, de lo que nos revela y nos devuelve a horizontes espirituales perdidos. Antes que celebrar "nuevas" paternida­des que serán rápidamente engullidas por la voracidad de aquel vacío, quizá debamos recuperar los contenidos de la pa­ternidad esencial, ancestral, sus funciones inherentes, su ejer­cicio amoroso y responsable.

El Instituto Gino Germani (que depende de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires), publicó en mayo de 2006 un estudio realizado entre chicos y chicas de entre 15 y 21 años de toda la República Argentina, acerca de sus hábitos, gustos y conductas. El 82% de ellos dijo tener una mejor relación con su madre que con su padre. Una cifra que impugna, con la impiadosa frialdad de las cifras, el alboroto con que se anuncia por momentos a la "nueva pater­nidad". Una cifra que nos devuelve a la realidad. Se sigue de­legando en la madre lo esencial de la responsabilidad sobre los hijos. Han cambiado las madres, sí. Trabajan, proveen, circu­lan por el mundo externo. Lo hacen muchas veces "a lo macho", porque ese mundo externo (el de las profesiones, las fi­nanzas, la política, los negocios) se sigue rigiendo por las le­yes de la masculinidad tóxica. Y, además, ellas siguen cargan­do con la preocupación y los deberes centrales acerca de la crianza. La mayoría de los padres acude a esas tareas (escuela, médico, fiestas, etcétera) sólo cuando tiene tiempo (es decir, en un tiempo residual, secundario). Las madres fabrican ese tiempo y comparecen. Los relojes, agendas y calendarios de los padres varones tienen la misma rigidez del paradigma masculino tradicional. Y, con demasiada habitualidad, los hombres, aún los que parecen más sensibles a esta temática, se guarecen todavía debajo de ese paradigma.

Hay que decirlo con todas las letras: la masiva incorpora­ción de las mujeres al mundo del trabajo en los últimos trein­ta años, no ha sido acompañada por cambios tan profundos y complementarios en otros planos de la organización social. Así, más allá de casos individuales, que no marcan una tenden­cia, son ellas quienes tienen el problema real, cotidiano, de conciliar trabajo y crianza de los hijos. En una investigación al respecto publicada en la revista dominical del diario madrile­ño El País (21 de mayo de 2006), la directora general del bus­cador Google para España y Portugal, Isabel Aguilera, cuenta que, cuando viaja de Madrid a Barcelona por trabajo, suele lle­var consigo a su pequeño hijo y lo deja durante el día en una guardería. Su caso, según esa nota, parece ser el de muchas mujeres. No abundan los episodios en los cuales son los padres quienes cargan a sus hijos en viajes de trabajo y se las arreglan para ubicarlos (en lo personal, he investigado sin encontrar ninguno). Por otra parte las guarderías, en las empresas que las tienen, se organizan en función y a pedido de las madres, ja­más de los padres. En los marcos del paradigma que nos rige, para los hombres el trabajo es, en la gran mayoría de las situa­ciones, el que inclina la balanza cuando en el otro platillo es­tán los hijos. En la misma investigación del periódico español, la gerente de recursos humanos de Banesto, una importante institución financiera, cuenta algo que cualquiera de sus cole­gas de cualquier corporación en cualquier lugar del mundo puede refrendar: de 9.100 empleados, sólo cuatro varones pi­dieron licencia por paternidad (que la hay), y apenas uno soli­citó reducción de la jornada laboral para atender a su hijo. Es­to se acerca mucho más a la verdad de la paternidad contem­poránea que las imágenes mediáticas de padres cambiando pa­ñales o los buenos deseos de quienes confunden, a partir de ca­sos aislados, ilusiones con realidad.

La energía paterna es un nutriente vital para el crecimien­to, para la transformación en acto de las potencialidades de los hijos, para su consagración como seres autónomos y libres. Nada más lejos del concepto patriarcal atávico de apoderarse de los hijos y sofocarlos bajo el rigor de la exigencia y el temor (lo que muchos hombres hacen cuando se acuerdan de ocupar el lugar paterno). Una sociedad con ausencia de padre deviene en una sociedad maternizada en exceso. Esto es tan nocivo co­mo el exceso de paternidad autoritaria. Cuando ello ocurre hay hombres inseguros que desconfían de los otros hombres y temen a las mujeres, temor que ocultan tratando de halagarlas hasta la obsecuencia o de someterlas económica, social o sexualmente. Hombres bloqueados emocionalmente, que inten­tan disimular su inseguridad sobreactuando la dureza en los negocios, en la política, en el deporte, en la familia, en el sexo. La sociedad maternizada es una sociedad de mujeres abrumadas por la superposición de exigencias, de mujeres insatisfechas, demandantes de algo que los hombres de esta sociedad no pueden ofrecer (porque ni saben ni tienen). Es una sociedad de mujeres que desarrollan facetas de sí mis­mas, que se prueban autónomas y capaces, pero que están (con justicia) hambrientas de amor. Una sociedad materniza­da es una sociedad en la cual hay una energía ausente: la del padre. Y, como bien dice, Anselm Grün, "no sólo la familia necesita del padre, también la sociedad lo necesita. Y hoy ex­perimentamos una gran necesidad de padres en los que se pueda confiar". Así es en los hogares, así es en las institucio­nes, así es en las empresas, en los gremios, en los países. Abundan, todavía, los padres rabiosos o ausentes, duros o inaccesibles, recelosos o desorientados, culposos o competi­dores, "blandengues" (volviendo a Grün) o desentendidos. Faltan los padres guías, que apoyan, comprenden, nutren, generan alegría de vivir, de hacer, de sentir. Los padres que instrumentan, alientan y liberan.

Y la situación no admite más miradas distraídas ni poster­gaciones. Reinstalar, revivir la paternidad a partir de sus ele­mentos esenciales y perennes, es, para los hombres, una mane­ra de romper la coraza tóxica de los mandatos masculinos hegemónicos. Es darse una oportunidad única de desarrollarse como seres humanos compasivos y espiritualmente poderosos, es rescatarse del oscuro exilio emocional al que fueron culturalmente condenados. Los varones, que tanto gustan enfrentar desafíos, mostrar su potencia, su capacidad realizadora, su co­raje, tienen en el rescate de la paternidad una aventura incom­parable. No hay conquista física, no hay hazaña deportiva, no hay reto de ningún tipo que se le equipare. Es, en definitiva, la misma prueba que atravesó Ulises, el más grande de los hé­roes, quizás el primero. Partió como guerrero y regresó para re­cuperarse como padre. "Yo soy el padre que faltó en tu niñez. Yo soy él", le dice a su hijo Telémaco cuando regresa de su Odisea.

Si los hombres de hoy no quieren decir mañana esta dolorosa frase (no sólo a sus hijos, sino a sus mujeres y a la socie­dad que componen), no pueden perder unís tiempo. Se impo­ne terminar con Frases como "Mi hijo se me va de las manos", "No lo entiendo", "No sé qué hacer'] "Ocúpate vos", "No tengo tiempo", "No estay para más problemas", "Busquémosle un tera­peuta", "Pago una escuela cara para que se ocupen de él", "Soy así porque mi papá fue así conmigo". Aunque suene duro decirlo, son frases muy cobardes, para quienes, en otros campos de sus vidas, se jactan de ser valientes. Son las frases de quienes, ab­sorbidos por los mandatos de un paradigma tóxico, se desvelan por demostrar su masculinidad en los lugares menos pertinen­tes. Y, para colmo, eso que demuestran nada tiene que ver con lo más profundo, esencial y trascendente de la virilidad. Uno de los campos más auténticos, fundacionales, sanadores y fértiles en donde un varón adulto puede desplegar su hombría esencial, la verdadera, es en el ejercicio pleno de la paternidad. Sin la­mentos. Sin resentimientos. Sin vergüenzas. Sin pedir permiso.
Mientras esto no ocurra, el paradigma masculino tóxico nos habrá producido una herida irreversible.






Extraído de Masculinidad Tóxca, del mismo autor. Ediciones B





viernes, 10 de julio de 2009

LOS BENEFICIOS DE DEJAR DE FUMAR


Diversos estudios demuestran que el mayor beneficio de dejar de fumar se da en las personas que dejan antes de los 35 años. Sin embargo, dejar de fumar a cualquier edad trae beneficios para la salud y mejora la calidad de vida. Al comparar fumadores y ex fumadores que dejaron de fumar recién a los 65 años, se vió que estos últimos tuvieron un aumento de 1.5-3.7 años en la expectativa de vida con respecto a los que siguieron fumando.Por eso, siempre se está a tiempo para dejar de fumar!!Al dejar de fumar se observan beneficios en la propia salud, en la salud de los convivientes que no son fumadores, en el trabajo y en la economía de la familia.

1. Beneficios para la salud del fumador:
Muchos beneficios son inmediatos:
1. A los 20 minutos, la presión arterial regresa a su nivel normal, lo mismo que la frecuencia cardíaca y la temperatura de pies y manos. 2. A las 8 horas, la respiración es más profunda y hay una mejor oxigenación pulmonar 3. A las 24 horas, disminuye el riesgo de muerte súbita. 4. Pasadas 48 horas, se normalizan los sentidos del gusto y del olfato. 5. A las 72 horas, se normaliza la función respiratoria.

Otros beneficios aparecen de manera progresiva:
1. Después del mes, aumenta la capacidad física y se cansará menos con cualquier actividad. 2. A los 6 meses, se reducen los catarros, los resfríos, las bronquitis y las molestias de garganta 3. Entre 1 y 9 meses, mejora el drenaje de los bronquios y disminuye el riesgo de infecciones 4. Al año, es menor el riesgo de trombosis o embolias cerebrales 5. Al año, se reduce a la mitad el riesgo de infarto.
y otros se producen recién a largo plazo:- A los 5 años, el riesgo de padecer infarto se iguala al de las personas que nunca fumaron y se reduce a la mitad el riesgo de padecer cáncer de pulmón- A los 10 años se iguala el riesgo de cáncer de pulmón al de un no fumador.En conclusión, dejar de fumar:

1. Mejora el gusto y el olfato
2. Hace desaparecer la tos de fumador
3. Ayuda a respirar más fácilmente.
4. Hace que sea más fácil subir escaleras.
5. Hace que Usted, su pelo y su ropa huelan mejor.
6. Disminuye las probabilidades de tener ataques al cerebro, cáncer y enfermedades del corazón o de los pulmones.
7. Mejora el aspecto y la salud de su piel
8. Lo hará sentir mas cómodo socialmente
9. Lo hará ganar independencia al liberarse de una adicción
Hay algunas pocas personas que dicen no registrar ningún cambio en su salud al dejar de fumar. Objetivamente esto no es así, más allá de lo que ellos puedan percibir. Muchos de los cambios que se producen son internos o se expresan reduciendo el riesgo de enfermedades importantes que se evidencian recién a lo largo del tiempo. A estas personas, les puede servir de motivación “materializar” los beneficios dándose premios con el dinero ahorrado por no fumar.

2. Beneficios para los convivientes no fumadores.
El consumo de tabaco no solo afecta la salud del fumador sino también la de los que lo rodean. Se ha visto que el tabaquismo pasivo causa un 30% de aumento en el riesgo de infarto y de cáncer de pulmón en los no fumadores. El tabaquismo pasivo aumenta particularmente los problemas de salud en los niños incluyendo principalmente problemas respiratorios, infecciones del oído y el síndrome de muerte súbita del lactante. Al dejar de fumar estos riesgos desaparecen.
3. Beneficios en el trabajo
El Ministerio de Salud y Ambiente de la Nación lanzó en el año 2005 un registro de empresas libres de tabaco. Más de 1000 empresas de todo el país se han inscripto y más de 360 ya tienen el certificado de ser empresas 100% libres de tabaco. Los fumadores se enferman más y en general presentan menor productividad que los no fumadores. Los empleadores saben esto y de hecho la mayoría de las empresas está prohibiendo el consumo de tabaco en sus instalaciones. Al dejar de fumar mejorará su desempeño en cualquiera que sea su lugar de trabajo
4. Beneficios económicos
Si calculamos que el promedio de los cigarrillos cuesta 2.5 pesos el paquete de 20, una persona que fume un paquete por día ahorrará 75 pesos por mes en cigarrillos. Por otra parte, teniendo en cuenta que los fumadores se enferman más que los no fumadores, también ahorrarán en atención médica y en medicamentos. Algunas compañías de seguros y medicinas prepagas están ofreciendo menores precios para los no fumadores. Y recuerde: hoy es un buen día para dejar de fumar.

EL ARTE DE VIVIR



por
J. Krishnamurti



Me parece que una clase completamente distinta de moralidad y de conducta, y una acción que surja de la comprensión de todo el proceso del vivir, se han vuelto una necesidad urgente en nuestro mundo de crisis y de problemas en constante aumento.




UNA TRANSFORMACION RADICAL
Hay una revolución que es por completo diferente y tiene que ocurrir si hemos de emerger de la inacabable serie de ansiedades, conflictos y frustraciones en que estamos atrapados. Esta revolución tiene que comenzar no con teorías e ideaciones que, a la larga, demuestran ser inútiles, sino con una transformación radical en la mente misma. Una transformación semejante sólo puede tener lugar mediante una educación correcta y el total desarrollo del ser humano. La función de la mente es investigar y aprender. Por aprender no entiendo el mero cultivo de la memoria o la acumulación de conocimientos, sino la capacidad de pensar clara y sensatamente sin ilusión, partiendo de hechos y no de creencias e ideales.
Es necesario alentar el desarrollo de una buena mente, una mente capaz de habérselas con múltiples problemas de la vida como una totalidad, y que no trate de escapar de ellos volviéndose de ese modo contradictoria en sí misma, frustrada, amarga o cínica. Y es esencial que la mente se percate de su propio condicionamiento, de sus propios motivos y de sus búsquedas. Puesto que el desarrollo de una buena mente constituye uno de nuestros intereses fundamentales, es muy importante el modo como uno enseña. Tiene que haber un cultivo de la totalidad de la mente y no sólo la transmisión de informaciones. En el proceso de impartir conocimiento, el educador ha de invitar a la discusión y alentará a los estudiantes para que investiguen y piensen de una manera independiente.


ESPIRITU DE COMPARACION
Cualquier espíritu de comparación impide el florecimiento pleno del individuo, ya sea que se trate de un científico o de un jardinero. La más plena capacidad de un jardinero es igual a la más plena capacidad de un científico, cuando no hay comparación; pero cuando la comparación interviene, surgen el menosprecio y las relaciones envidiosas que crean conflicto entre hombre y hombre. Como sucede con el dolor, el amor no es comparativo; no puede ser comparado con lo más grande o lo más pequeño. El dolor es dolor, como el amor es amor, ya sea que exista en el rico o en el pobre.
El más pleno desarrollo de todos los individuos crea una sociedad de iguales. La actual lucha para producir igualdad en el nivel económico o en algún nivel espiritual, no tiene ningún sentido. Las reformas sociales que apuntan a establecer la igualdad engendran otras formas de actividad antisocial; pero con la educación correcta no es necesario buscar la igualdad mediante reformas sociales o de otra especie, porque la envidia -con su comparación de capacidades- cesa.
La inteligencia es la capacidad de abordar la vida como una totalidad; y el hecho de otorgar calificaciones al estudiante no asegura la inteligencia. Por el contrario, degrada la dignidad humana. Esta evaluación comparativa mutila la mente -lo cual no quiere decir que el maestro no deba observar el progreso de cada estudiante y llevar un registro de ello-.


LA CORRECTA RELACION ENTRE EL MAESTRO, EL ESTUDIANTE Y LOS PADRES.
Los padres deben comprender la clase de educación que la escuela se propone impartir. Por lo general, se satisfacen con ver que sus hijos se preparan para obtener algún título que les asegure buenos medios de vida. Muy pocos se interesan en algo más que esto. Desde luego, desean ver a sus hijos felices, pero más allá de este vago anhelo, muy pocos piensan en el desarrollo total de los niños. Como casi todos los padres ansían, por encima de cualquier otra cosa, que sus hijos tengan una carrera de éxito, los fuerzan con amenazas o les intimidan afectuosamente para que adquieran conocimientos, y así es como el libro se vuelve tan importante; esto va acompañado por el mero cultivo de la memoria, por la mera repetición, sin que tras ello exista la calidad de un verdadero pensar.

Tal vez, la mayor dificultad que debe afrontar el educador es la indiferencia de los padres a una educación más amplia y profunda. La mayoría de ellos se interesa solamente en el cultivo de algún conocimiento superficial que asegure a sus hijos posiciones respetables en una sociedad corrupta. Así que el educador no sólo ha de educar a los niños del modo correcto, sino también ha de ver que los padres no deshagan lo que de bueno pueda haberse hecho en la escuela. En realidad, la escuela y el hogar deben ser centros mancomunados de educación correcta; de ninguna manera han de oponerse entre sí, con los padres deseando una cosa y el educador haciendo algo por completo diferente. Es muy importante que los padres sean plenamente informados de lo que el educador está haciendo y se interesen vitalmente en el desarrollo total de sus hijos. Es tanta responsabilidad de los padres ver que esta clase de educación sea llevada a la práctica, como de los maestros, cuya carga ya es suficientemente pesada. Un desarrollo total del niño sólo puede producirse cuando existe la correcta relación entre el maestro, el estudiante y los padres. Como el educador no puede ceder a las fantasías pasajeras o las obstinadas exigencias de los padres, es necesario que éstos comprendan al educador y cooperen con él, sin generar conflicto y confusión en sus hijos.


CULTIVAR LA CAPACIDAD EMOCIONAL
Como estamos interesados en el desarrollo total del ser humano, debemos comprender sus impulsos emocionales, que son mucho más fuertes que cualquier razonamiento intelectual; tenemos que cultivar la capacidad emocional y no contribuir a reprimirla. Cuando comprendamos esto y, por consiguiente, seamos capaces de tratar tanto con los problemas emocionales como con los intelectuales, no habrá ninguna razón para temer abordarlos. Para el desarrollo total del ser humano, se vuelve indispensable la soledad, como un medio de cultivar la sensibilidad. Tal como el estudiante lava sus dientes todos los días, se baña todos los días, así también tiene que existir la acción de sentarse quietamente con otros o a solas. Esta soledad creativa no puede ser producida por la enseñanza o impulsada por la autoridad externa de la tradición o inducida por la influencia de aquéllos que desean sentarse quietamente, pero son incapaces de permanecer solos. Esta soledad ayuda a la mente a que se vea con claridad a sí misma como en un espejo y a que se libere del inútil esfuerzo de la ambición con todas sus complejidades, temores y frustraciones que son el resultado de la actividad egocéntrico. La soledad confiere estabilidad a la mente, la da una constancia que no puede ser medida en términos de tiempo. Esa claridad de la mente es el carácter. La falta de carácter es el estado de contradicción interna.


LA PALABRA "AMOR" NO ES AMOR.
Ser sensible es amar. La palabra "amor" no es el amor. Y el amor no puede dividirse como el amor a Dios y el amor al hombre, ni puede medirse como el amor a uno solo y el amor a muchos. El amor se brinda a sí mismo tal como una flor da su perfume; pero nosotros estamos siempre midiendo el amor en nuestras relaciones y, debido a eso, lo destruimos.
En el desarrollo total del ser humano mediante la correcta educación, la calidad del amor debe ser nutrida y sostenida desde el comienzo mismo. El amor no es sentimentalismo ni es devoción. Es tan poderoso como la muerte. El amor no puede ser comprado mediante el conocimiento; y una mente que, sin amor, persigue el conocimiento, es una mente que trafica con la crueldad y aspira meramente a la eficiencia.


UN CUERPO SANO Y VITAL
Estamos interesados no sólo en el cultivo de la mente y en el despertar de la sensibilidad emocional, sino también en un cabal desarrollo físico, y a esto debemos dedicar una atención considerable. Porque si el cuerpo no es sano, vital, distorsionará inevitablemente el pensamiento y contribuirá a la insensibilidad. Esto es tan obvio que no necesitamos examinarlo en detalle. Es necesario que el cuerpo goce de una excelente salud, que se le proporcione la clase apropiada de alimentación y duerma lo suficiente. Si los sentidos no están alerta, el cuerpo impedirá el desarrollo total del ser humano. Para tener gracia en los movimientos y un control bien equilibrado de los músculos, tienen que haber diversas formas de ejercicios, danzas y juegos. Un cuerpo que no se conserva limpio, que es descuidado y no se mantiene en una postura correcta, no conduce a la sensibilidad de la mente y de las emociones. El cuerpo es el instrumento de la mente; pero el cuerpo, las emociones y la mente componen el ser humano total. A menos que vivan armoniosamente, el conflicto es inevitable.

LA ATENCION
En el cultivo de la mente, nuestro acento no debe estar puesto en la concentración sino en la atención. La concentración es un proceso de forzar la mente, restringiéndola a un punto, mientras que la atención carece de fronteras. En ese proceso, la mente está siempre limitada por una frontera, pero cuando nuestro interés es comprender la totalidad de la mente, la mera concentración se vuelve un impedimento. La atención es ilimitada, sin las fronteras del conocimiento. El conocimiento llega mediante la concentración y, cualquiera sea la extensión del conocimiento, sigue estando dentro de sus propias fronteras. En el estado de atención la mente puede y debe usar el conocimiento, el cual, por necesidad, es un resultado de la concentración; pero la parte jamás es el todo, y juntando entre sí las múltiples partes no se contribuye a la comprensión de lo total. El conocimiento, que es el proceso aditivo de la concentración, no produce la comprensión de lo inmensurable. Lo total no se encuentra nunca encerrado entre los corchetes de una mente concentrada.

¿COMO HA DE ORIGINARSE EL ESTADO DE ATENCION?
No puede ser cultivado mediante la persuasión, la comparación, la recompensa o el castigo, que son todas formas de coacción. La eliminación del temor es el principio de la atención. El temor debe existir, por fuerza, en tanto haya un ¡impulso de ser o llegar a ser esto o aquello, lo cual constituye la persecución del éxito con todas sus frustraciones y tortuosas contradicciones. Uno puede enseñar concentración, pero la atención no puede enseñarse, tal como es imposible enseñar la libertad con respecto al temor; pero podemos empezar a descubrir las causas que producen el temor y, en la comprensión de estas causas, está la eliminación del temor. Así, la atención surge espontáneamente cuando alrededor del estudiante hay una atmósfera de bienestar, cuando él tiene la sensación de hallarse seguro, tranquilo, y advierte la acción desinteresada que llega con el amor. El amor no compara; de ese modo se terminan la envidia y la tortura del "llegar a ser".

El descontento general que casi todos, jóvenes o viejos, experimentamos, pronto encuentra una vía de satisfacción y, de esa manera, nuestras mentes se echan a dormir. El descontento se despierta de vez en cuando a causa del sufrimiento, pero la mente vuelve a buscar una solución gratificadora. Se halla atrapada en esta rueda de la insatisfacción y la gratificación, y el constante despertar a través del dolor es parte de nuestro descontento. El descontento es la vía de la investigación, pero no puede haber investigación si la mente está atada a la tradición, a los ideales. La investigación es la llama de la atención.
Por descontento entiendo el estado en que la mente comprende lo que es lo real, e investiga constantemente para descubrir más. Es un movimiento para ir más allá de las limitaciones de lo que es; y si uno encuentra caminos y medios con los cuales sofocar o superar el descontento, entonces aceptará las limitaciones de la actividad egocéntrico y de la sociedad en que vive.

TRABAJAR JUNTOS
Casi todos estamos acostumbrados a trabajar juntos según las líneas de la autoridad establecida. Nos reunimos para desarrollar un concepto o promover un ideal, y todo esto requiere convicción, persuasión, propaganda y demás. Este trabajar juntos por un concepto, por un ideal, es completamente distinto de la cooperación que surge al ver la verdad y la necesidad de poner esa verdad en acción. Trabajar bajo el estímulo de la autoridad -ya sea la autoridad de un ideal o la autoridad de una persona que representa ese ideal- no es verdadera cooperación. Una autoridad central que conoce muchísimo o que tiene una fuerte personalidad y está obsesionada por ciertas ideas puede forzar o persuadir sutilmente a otros para que trabajen con ella; pero éste no es, ciertamente, el trabajo en conjunto de individuos alertas y vitales.
En cambio, cuando cada uno de nosotros comprende por sí mismo la verdad de cualquier problema, entonces nuestra comprensión común de esa verdad conduce a la acción, y una acción semejante es cooperación. Aquél que coopera porque ve la verdad como verdad, lo falso como falso y la verdad en lo falso, también sabrá cuándo no cooperar, lo cual es igualmente importante.
Si cada uno de nosotros comprende la necesidad de una revolución fundamental en la educación y percibe la verdad de lo que hemos estado considerando, entonces trabajaremos juntos, sin ninguna forma de persuasión. La persuasión existe sólo cuando alguien adopta una posición de la cual no está dispuesto a moverse. Cuando está meramente convencido de una idea o atrincherado en una opinión, genera oposición, y entonces él o el otro tienen que ser persuadidos, influidos o inducidos para que piensen de una manera diferente. Una situación así no se presentará jamás, cuando cada uno de nosotros vea por sí mismo la verdad de algo. Pero si no vemos la verdad y actuamos basados meramente en la convicción verbal o en el razonamiento intelectual, entonces es forzoso que haya argumentos, acuerdo o desacuerdo, con toda la distorsión y el esfuerzo inútil que eso implica.

LA BELLEZA
La belleza es ese estado en el que la mente ha abandonado el centro del yo, por la pasión de la sencillez. La sencillez no tiene fin; y sólo puede haber sencillez cuando existe una austeridad que no es el resultado de la disciplina calculada y del renunciamiento. Esta austeridad es el olvido de sí mismo, el cual sólo puede tener su origen en el amor. Cuando carecemos de amor, creamos una civilización en la que se busca la belleza de la forma sin la austeridad y vitalidad internas propias del simple olvido de uno mismo.
La mayoría de nosotros conoce la belleza únicamente a través de aquello que ha sido creado o producido: la belleza de una forma o de un templo. Decimos que un árbol o una casa o la curva muy distante de un río tienen belleza. Y por medio de la comparación sabemos qué es la fealdad -al menos eso es lo que creemos-. ¿Pero es comparable la belleza? ¿Es belleza aquello que se ha hecho evidente, que se ha manifestado? Consideramos bella una pintura en particular, decimos que un poema o un rostro son bellos porque ya conocemos qué es la belleza merced a lo que nos han enseñado o porque estamos familiarizados con ello y tenemos una opinión formada al respecto. ¿Pero acaso con la comparación no llega a su fin la belleza? ¿Es la belleza una mera familiaridad con lo conocido o es un estado del ser en el que puede existir o no la forma creada?
Estamos siempre persiguiendo la belleza y evitando lo feo, y esta búsqueda de enriquecimiento mediante lo uno y la evitación de lo otro tiene que engendrar, inevitablemente, insensibilidad. Ciertamente, para comprender o sentir qué es la belleza, tiene que haber sensibilidad tanto a lo que llamamos bello como a lo que llamamos feo. Un sentimiento no es bello ni feo, es sólo un sentimiento, y de ese modo lo distorsionamos o lo destruimos. Cuando al sentimiento no se le pone rótulo, permanece intenso, y esta intensidad apasionada es esencial para la comprensión de aquello que no es fealdad ni belleza manifestada. Es de suma importancia el sentimiento sostenido, esa pasión que no es la mera lujuria ni la gratificación propia; porque esta pasión es la que crea la belleza y, por no ser comparable, no tiene opuesto.