jueves, 19 de marzo de 2009

EL MAESTRO


Hay circulando un libro importante para padres y madres: La Sociedad de los Hijos Huérfanos, de Sergio Sinay (Ediciones B). Son esos libros de sabiduría práctica tan necesarios para acomodar algunas cosas en la cabeza con relación a la encomiable tarea de ser mejores padres. De ese libro hicimos un resumen del último capítulo: El hombre que no dejó huérfanos, dedicado a José Presti (Ver "Una vacuna para el ego", en este blog), profesor de italiano y educación física en los tiempos de escuela secundaria de Sergio Sinay. Realmente, un verdadero maestro que hace concreta aquella inspirada frase que dice: "El valor de una vida se mide por las vidas que toca".


Lo titulamos EL Maestro, porque don José ilumunó la vida de los alumnos que cruzó. Tarea propia de un Maestro. Que lo disfuten, guarden, impriman, fotocopien y difundanlo a los 4 vientos.... Que lo disfruten!!!




El Maestro

Adapación de un texto de Sergio Sinay, sobre su Maestro, El Pelado Presti



● Cuando lo conocí, él tenía 37 años y yo 16. En realidad lo vi y supe de él varios años antes, pero fue entonces (a mis 16, a sus 37) cuando entró en mi vida. Era un tipo sólido, ni gordo ni excesivamente robusto. Lucía una calva resplandeciente, rodeada de un cabello oscuro cortado y ordenado con cuida­do. Sus cejas eran gruesas y oscuras, como su bigote. Tenía una mirada que tanto podía ser inquieta, como curiosa, desafiante o acariciadora. Sus ojos estaban vivos y luminosos, como él. Su voz era clara, fresca, varonil. Hacía mucho bien escucharla. Nunca llegaba inadvertido. Su presencia era precedida por un silbido armónico o por el canturreo de algún aria de ópera o de alguna canzonetta. Entonces aparecía él. Caminaba erguido, con un andar levemente chaplinesco.
El hombre que describo era nuestro profesor de Italiano y de Educación Física. Lo fue en cuarto y en quinto año. Nacido como José Presti, para nosotros era, simplemente El Pelado Presti. O, mejor, El Pelado.

● Cuando llegaba al aula, mandaba a cerrar la puerta y los postigos de las ventanas que daban a la galería y al patio central del Colegio (una suerte de hermosa plaza con sus bancos y canteros). Así evitaba miradas indiscretas, sobre todo las de la rectora, el vicerrector u otros. Entonces solía abrir un enorme portafolio que lo acom­pañaba y extraía de allí libros como un mago saca palomas de una galera encantada. Los libros surgían vivos y palpitantes, impregnados de la energía que El Pelado les había transmitido al leerlos y explorarlos. Traía marcadas páginas y párrafos. Empezaba a repartirlos, luego nos sentábamos en círculo, sobre los pupitres, y el Pelado decía: "A ver, Meneco, lee eso que tienes ahí", "Ruli, seguí vos"; "Morro, léenos lo tuyo". Leíamos en voz alta textos tan variados como la vida. Educación sexual (¡en 1963 y 1964!), cuentos de Jack London, reflexiones espirituales, un poema. Discutíamos, contábamos lo que sentíamos o pensába­mos sobre esos textos. El Pelado estimulaba la conversación con brío, con entusiasmo, con picardía, con comentarios lúcidos.

● El Pelado sabía exactamente qué le pasaba a cada uno de nosotros. Sabía de los amores y desamores, de las esperanzas y desencantos, de las dificultades más íntimas y de los logros más preciados de cada uno de esa treintena de muchachos en preparación para la vida. Y nos preguntaba, y nos escuchaba, y nos ayudaba a pensar y, si lo pedíamos, nos aconsejaba, y nos acompañaba. Nadie se hacía la rata en sus clases. Y nunca un grupo de estudiantes de secundaria debe de haber acudido con tanta urgencia y entusiasmo a la hora de Educación Física. Porque allí, a la tarde, vestidos de fajina, la seguíamos. Para el Pelado Presti cada uno de nosotros era un ser único, nos diferenciaba y nos hacía sentir distintos, nos remitía a nuestra originalidad esencial.

● Tenía tiempo, oídos, ojos, mente y corazón para cada uno. Y era nuestro referente, nuestro guía en las zonas oscuras, nuestro proveedor de valores y el celoso guardián de nuestras confesiones más íntimas. Hoy me parece increíble que ese tipo tuviera apenas 37 años cuando hacía todo aquello (y lo hacía año tras año, con cada nueva camada y lo había hecho antes, siendo aún más joven, y lo siguió haciendo después por muchos años y no abandonó la acti­tud ni aun jubilado). Tan sólo 37 años. La edad en la que hoy tantos andan enredados, sin rumbo y sin un propósito, en los balbuceos de una adolescencia eterna, interminable, patética.

● Nunca lo olvidé, había aprendido mucho con él, había aprendido cosas esenciales. A mí y a mis compañeros Pepe nos enseñó que éramos valiosos, que éramos personas, que merecíamos tiempo de parte de un adulto, que para ese adulto era importante orientarnos. Pepe nos transmitió valores y lo hizo a tra­vés de su conducta, de sus actos y gestos. Era una enseñanza homogénea, activa, sólida, nutricia. Pepe se ocupaba de nosotros, con nosotros, y lo hacía simplemente porque éramos nosotros, porque le importábamos y no porque lo ordenaran la currícula, el protocolo, el ministro o porque lo pidieran nuestros padres. Nuestra simple existencia nos hacía importantes para él. Lo que yo aprendí con Pepe se me pegó a la piel, se hizo parte de mí, me constituyó como persona. Al lado de un adulto como Pepe Prestí, el querido Pelado, ningún chico puede ser ni sentirse huérfano.


● Lo encontré vital, lúcido, cuestionador de las estupideces y perversiones de los modelos sociales vigentes, visionario, lleno de ímpetu, de conocimientos, de iniciativas, de ideas y de amor. Anda en bicicleta, pasea en bermudas por las calles santiagueñas. Camina a buen ritmo, y me hizo mucho bien sentir su mano tomando mi brazo (como si aún me guiara) mientras andábamos por las viejas y queridas veredas de siempre. Y está su mente. Una mente de 81 años funcionando a pleno, dando lecciones de empatía, de claridad. Y su corazón, amplio y profundo como siempre o más.

● Hoy es el terror de los médicos, quiere ser, como él dice, "un paciente horizontal", no una sombra muda aplastada por la soberbia omnipotente de un médico. Se informa, pregunta, discute, hace sus propias propuestas, exige que le expliquen. "Soy yo el que pone el cuerpo, después de todo", sonríe mali­cioso con esa mirada inconfundible. Gracias a eso evitó opera­ciones innecesarias, encontró caminos nuevos y alentó a sus médicos a que los recorrieran con él. Sigue cuestionando la infatuada soberbia de quienes apos­trofan sobre docencia, educación y crianza sin mancharse las yemas de los dedos tocando a un niño de carne y hueso. Propone ideas sencillas, profundas y revolucionarias, muchas de ellas un homenaje a la sabiduría del sentido común. Es todavía hoy un referente para jóvenes docentes, para reli­giosos, para intelectuales. Si alguna vez lo entrevistan en el dia­rio o la radio, sus palabras producen un terremoto de media­na intensidad.

● Lo encontré tal como lo recordaba. Pepe Presti, un profesor de Italiano y de Educación Física. había llegado a influir en casi todas las actividades del Colegio. "¿Cómo puede ser que este tipo cobre lo mismo que noso­tros?", se preguntaban algunos de sus colegas, titulares de materias "prestigiosas". Nada se le escapaba. Iba a nuestras casas, generalmente en horas de la siesta, cuando en Santiago del Estero todo el mundo está en su refugio, tocaba el timbre y juntaba a los padres con los hijos para dirimir cuestiones que tanto podían referirse a conducta, como a rendimiento en el estudio o a temas personales de los chicos. Después de cua­renta años, gracias a ese viaje que me reunió con Pepe, me volví a encontrar con la mayoría de mis compañeros del Colegio. Todos recordaban esto, la mayoría tenía una anécdo­ta personal al respecto. Varios le dijeron "Vos me salvaste la vida" o "Gracias a aquella vez que fuiste a mi casa, hoy soy lo que soy".

● Cuando se encuentra con quienes fueron sus alum­nos por las calles de Santiago (¡fuimos tantos a lo largo de tan­tos años!), Pepe les da un beso en la mejilla ("Aunque se avergüencen, semejante grandores", dice) y les recuerda (como me lo recordó a mí) que son sus hijos adoptivos. O espirituales, como también gusta decir. Nosotros, los hijos, lo tratamos con cariño, lo desafiamos con bromas, nos las responde. Una noche de hace pocos meses, reunido con una veintena de aquellos compañeros y con Pepe, en Santiago, compartiendo en una cena, charla, recuerdos, palmadas y abrazos, me abstra­je por un momento, ocupé el papel de observador, nos con­templé y pensé: "Fuimos bendecidos". Y agradecí a quien hubiera que agradecer. Luego, volví a la charla.

● Pepe Presti dedicó su vida y lo mejor de sí a educar, a criar, a formar, a transmitir, a legar, a guiar, a transfundir valores e instrumentar, a sus hijos propios y a los chicos que la vida puso en su camino, para que pudieran crecer como seres autónomos, valorados, con confianza en sí, capacitados para encontrarle un sentido a la propia vida. Nada fue fácil para Pepe. Fabricó tiempo donde no lo tenía, aprendió lo que no sabía, se animó en los territorios que le eran descono­cidos, se hizo cargo, asumió su responsabilidad, no delegó, no miró para otro lado, no hizo la plancha, jamás le tuvo miedo a sus hijos, ni a los de sangre ni a los que fue adoptando. No temía a quienes amaba. Aprendió de ellos lo que tuvo que aprender y les enseñó lo mucho que tuvo y tiene para enseñar.

● En una sociedad cada día más huérfana de trascendencia, de espiritualidad, de consistencia emocional, de respeto, y honra hacia el otro, en una sociedad en la que quienes deben criar y educar dejan, cada vez más, a los chicos a la deriva o en manos de auténticos depredadores sedientos de lucro, sin ética y sin moral, Pepe Presti es un emergente que genera esperan­za. Uno de tantos, sin duda. El que, afortunadamente, estuvo en mi vida. Hay, estoy seguro, muchos Pepe Presti. Pero son muchos más los necesarios. En la sociedad de los hijos huérfanos, Pepe Presti no dejó huérfano a nadie, jamás. ¿Qué otra cosa se le puede pedir a un padre, a un Maestro? Querido Pepe, misión cumplida.


No hay comentarios:

Publicar un comentario