Por Augusto Cury
Augusto Cury es médico psiquiatra en ejercicio desde 1980. Sus ideas pioneras en psicología educativa se han adoptado como cursos de posgrado en 15 universidades de Brasil. Dirige la Escola de Inteligencia en el interior rural del estado de Sao Paulo, un centro académico sobre "psicología preventiva" para maestros y profesionales de la salud mental. Si desea más información sobre su trabajo puede visitar http://www.escoladeinteligencia.com.br/
1. Corregir en público
Corregir en público a una persona es el primer pecado capital de la educación. Un educador jamás debería exponer el defecto de una persona, por grave que sea, ante los otros. La exposición pública produce humillación y traumas complejos difíciles de superar. Un educador debe valorar más a la persona que se equivoca que al error de la persona.
Los padres y los maestros sólo deben intervenir públicamente cuando un joven ofendió o hirió a alguien en público. Aun así, deben actuar con prudencia para no agregar más leña al fuego de las tensiones.
Había una adolescente de doce años, viva, inteligente, sociable, que estaba un poco obesa. Aparentemente ella no tenía problema con su obesidad. Era una buena alumna, participativa y respetada entre sus compañeros.
Cierta vez, su vida sufrió un gran cambio. Le fue mal en una prueba. Buscó a la maestra y objetó su calificación. La maestra, que estaba irritada por otros motivos, le propinó un golpe mortal que modificó para siempre su vida, al llamarla "gordita poco inteligente" delante de sus compañeros.
Corregir a alguien en público ya es grave, humillar es dramático. Los compañeros se burlaron de ella. Se sintió disminuida, inferiorizada, y lloró. Vivió una experiencia con alto volumen de tensión que quedó registrada privilegiadamente en el centro de la memoria, en la memoria de uso continuo (MUC).
Si imaginamos la memoria como una gran ciudad, el trauma original producido por la humillación de la maestra fue como una choza edificada en un bello barrio. La joven leyó continuamente el archivo que contenía ese trauma y que le produjo millares de pensamientos y reacciones emocionales de contenido negativo, que a su vez quedaron registrados, y expandieron la estructura del trauma. De este modo, una "choza" en la memoria puede contagiar un archivo entero.
Por lo tanto, no es el trauma original lo que se convierte en el gran villano de la salud psíquica, como Freud creía, sino su realimentación. Cada gesto hostil de las otras personas era relacionado por la adolescente con su trauma. Con el transcurso del tiempo, ella produjo millares de chozas. Donde había un bello barrio en el inconsciente se fue creando un terreno desolado.
Los adolescentes deben sentirse atractivos, aun si son obesos, portadores de un defecto físico, o si su cuerpo no responde a los patrones de belleza transmitidos por los medios. La belleza está en los ojos de quien ve.
Pero, lamentablemente, los medios arrasaron a los jóvenes al definir qué es la belleza en su inconsciente. Cada imagen de las modelos en las tapas de las revistas, en las publicidades y en los programas de televisión queda registrada en la memoria, y forma matrices que discriminan a quienes quedan fuera del patrón. Este proceso aprisiona a los jóvenes, incluso a los más saludables. Cuando están ante el espejo, ¿qué observan? ¿Sus cualidades o sus defectos? Frecuentemente, sus defectos. Los medios aparentemente tan inofensivos discriminan a los jóvenes del mismo modo que a las personas de raza negra que fueron y todavía siguen siendo discriminadas.
Me gustaría que ustedes no olvidaran que es a través de este proceso que un rechazo se transforma en un monstruo, un educador tenso se convierte en verdugo, un ascensor se vuelve un cubículo sin aire, un vejamen público paraliza la inteligencia y genera el miedo de exponer las ideas.
La adolescente de nuestra historia empezó a obstruir cada vez más su memoria por la baja autoestima y un sentimiento de incapacidad. Dejó de sacar notas buenas. Cristalizó una mentira: que no era inteligente. Tuvo varias crisis depresivas. Perdió el gusto por la vida. A los dieciocho años, intentó suicidarse.
Afortunadamente no murió. Buscó tratamiento y logró superar el trauma. Esta joven no quería poner fin a su vida. En el fondo, como toda persona depresiva, ella tenía hambre y sed de vivir. Lo que quería era destruir su dramático dolor, desesperación y sentimiento de inferioridad.
Llamar la atención o señalar en público un error o defecto de jóvenes y adultos puede generar un trauma imborrable que los controlará durante toda la vida. Aunque los jóvenes los decepcionen, no los humillen. Aunque les provoquen un gran enojo, traten de llamarlos aparte y corregirlos. Pero, sobre todo, estimulen a los jóvenes a reflexionar. Quien estimula la reflexión es un artesano de la sabiduría.
2. Manifestar autoridad con agresividad.
Cierto día, descontento con la reacción agresiva de su padre, un hijo le levantó la voz. El padre se sintió ofendido y le pegó. Le dijo que nunca le debería hablar de ese modo. A los gritos, afirmó que quien mandaba en esa casa era él, que era él el que lo mantenía. El padre impuso su autoridad con violencia. Se ganó el temor del hijo, pero perdió para siempre su amor.
Muchos padres se agreden y critican delante de los hijos. Cuando estemos ansiosos e incapacitados para conversar, lo mejor es salir de la escena. Vaya a su habitación y haga otra cosa, hasta lograr abrir las ventanas de la memoria y poder tratar con inteligencia los asuntos polémicos.
Sin embargo, no hay parejas perfectas. Todos cometemos excesos delante de los hijos, todos nos estresamos. La persona más tranquila tiene sus momentos de ansiedad e irracionalidad. Por lo tanto, si bien es deseable, no es posible evitar todas las fricciones delante de los hijos. Lo importante es el destino que damos a nuestros errores.
El mismo principio sirve para los maestros. Cuando damos un espectáculo agresivo delante de los niños, debemos pedir disculpas, no sólo a nuestro cónyuge, sino también a los niños, por la manifestación de intolerancia que vieron. Si tenemos valor para equivocarnos, debemos tener el coraje de corregir nuestro error.
Una persona autoritaria no siempre es bruta y agresiva. A veces su violencia está disfrazada con una delicada inmutabilidad y tozudez. Nadie cambia su opinión. Si insistimos en mantener nuestra autoridad a cualquier costo, estaremos cometiendo un pecado capital en la educación de nuestros hijos. Nuestro autoritarismo controlará su inteligencia.
Nuestros hijos podrán reproducir nuestras reacciones en el futuro. Por otra parte, observe que acostumbramos reproducir los comportamientos de nuestros padres que más condenamos en nuestra infancia. El registro silencioso no trabajado crea moldes en lo oculto de nuestra personalidad.
Algunos hijos, cuando están irritados, apuntan los errores de los padres y los provocan. ¡Cuántos padres pierden el amor de sus hijos porque no saben dialogar cuando ellos los desafían! Tienen miedo de que el diálogo les robe la autoridad. No quieren ser cuestionados. Algunos padres odian cuando sus hijos hacen comentarios sobre sus fallas. Parecen intocables. Reaccionan con violencia. Imponen una autoridad que sofoca la lucidez de los hijos. Están formando personas que también reaccionarán con violencia.
Los padres que imponen su autoridad son aquellos que tienen recelo de sus propias fragilidades. Los límites deben ser colocados, pero no impuestos. Algunos límites, como comenté, son innegociables, porque comprometen la salud y la seguridad de los hijos, pero incluso en estos casos se debe hacer una mesa redonda con los hijos y dialogar sobre los motivos de estos límites.
En estos veinte años atendiendo innúmeros pacientes, descubrí que ciertos padres eran superamados por sus hijos. Ellos no les pegaban, no eran autoritarios, no les dieron bienes materiales ni tenían privilegios sociales. ¿Cuál fue su secreto? Se dieron a sus hijos, educaron la emoción de sus hijos, cruzaron su mundo con el mundo de ellos. Vivieron naturalmente, incluso sin conocer los principios que comenté sobre los padres brillantes.
El diálogo es una herramienta educacional insustituible. Debe haber autoridad en la relación padre -hijo y maestro-alumno, pero la verdadera autoridad se conquista con inteligencia y amor. Padres que besan, que elogian y estimulan a sus hijos a pensar desde pequeños no corren el riesgo de perderlo y de perder su respeto.
No debemos tener miedo de perder nuestra autoridad, debemos tener miedo de perder a nuestros hijos.
3. Ser excesivamente crítico: obstruir la infancia del niño.
Había un padre preocupadísimo por el futuro de su hijo. Quería que él fuera ético, serio y responsable. El niño no podía cometer errores, ni excesos. No podía jugar, ensuciarse y hacer travesuras como todos los niños. Tenía muchos juguetes, pero quedaban guardados, porque el padre, con el aval de la madre, no admitía el desorden.
Cada falla, mala nota o actitud insensata del hijo eran criticadas inmediatamente por el padre. No era sólo una crítica, sino una secuencia de críticas y, a veces, delante de los amigos del hijo. Su crítica era obsesiva e insoportable. Como si eso no bastara, queriendo presionar al hijo para que se corrigiera, el padre comparaba su comportamiento con el de otros jóvenes. El niño se sentía el más despreciado de los seres. Pensó hasta en renunciar a la vida, por creer que no era amado por sus padres.
¿El resultado? El hijo creció y se convirtió en un buen hombre. Se equivocaba poco, era serio, ético, pero infeliz, tímido y frágil. Entre él y sus padres había un abismo. ¿Por qué? Porque no había la magia de la alegría y de la espontaneidad entre ellos. Era una familia ejemplar, pero triste y sin sabor. El hijo no sólo era tímido, sino una persona frustrada. Tenía pavor de la crítica ajena. Tenía miedo de equivocarse, y por eso enterraba sus sueños, no quería correr riesgos.
Con el propósito de obrar bien, el padre cometió algunos pecados capitales de la educación. Impuso autoridad, humilló a su hijo en público, lo criticó excesivamente y obstruyó su infancia. Este padre estaba preparado para arreglar computadoras, y no para educar a un ser humano. Cada uno de estos pecados capitales es universal, pues son un problema tanto en una sociedad moderna como en una tribu primitiva. No critique excesivamente. No compare a su hijo con sus compañeros. Cada joven es un ser único en el teatro de la vida. La comparación sólo es educativa cuando es estimulante y no despreciativa. Dé a sus hijos libertad para tener sus propias experiencias, aunque esto incluya ciertos riesgos, fracasos, actitudes tontas y sufrimientos. De lo contrario, ellos no encontrarán sus caminos.
La peor manera de preparar a los jóvenes para la vida es ponerlos en un invernadero e impedirles equivocarse y sufrir. Los invernaderos son buenos para las plantas, pero para la inteligencia humana son sofocantes. El Maestro de los maestros tiene lecciones importantísimas para darnos en esta área. Sus actitudes educacionales fascinan a los más lúcidos científicos. Él dijo cierta vez que Pedro lo negaría. Pedro discrepó vehementemente. Jesús podría haberlo criticado, señalar sus defectos, acusar su fragilidad. ¿Pero cuál fue su actitud? Ninguna.
No hizo nada para cambiar las ideas del amigo. Dejó que el joven apóstol Pedro tuviera sus experiencias. ¿El resultado? Pedro se equivocó drásticamente, derramó incontenibles lágrimas, pero aprendió lecciones inolvidables. Si no se hubiera equivocado y reconocido su fragilidad, tal vez jamás habría madurado y no habría sido quien fue. Pero, como falló, aprendió a tolerar, a perdonar, a incluir.
Estimados educadores, debemos tener en mente que los débiles condenan, los fuertes comprenden, los débiles juzgan, los fuertes perdonan. Pero no es posible ser fuerte sin percibir nuestras limitaciones.
4. Castigar cuando se está enojado y poner límites sin dar explicaciones.
Cierta vez una niña de ocho años paseaba por un Shopping cercano a su escuela con algunas amigas. Al ver dinero sobre un mostrador, lo tomó. La empleada la vio y la llamó ladrona. Tomándola del brazo, la llevó llorando hasta donde estaban sus padres.
Los padres se desesperaron. Algunas personas que estaban por allí esperaban que le pegaran y que castigaran a la hija. En cambio, decidieron buscarme para saber cómo actuar. Temían que la niña desarrollara cleptomanía y que se apropiara de objetos que no le pertenecían.
Orienté a los padres para que no hicieran un drama con el asunto. Los niños siempre cometen errores, y lo importante es qué hacer con ellos. Mi preocupación era llevarlos a conquistar a su dulce hija y no a castigarla. Los orienté para que la llamaran aparte y le explicaran las consecuencias de su acto. En seguida, les pedí que la abrazaran, pues ella ya estaba muy conmovida con lo sucedido.
Además, les dije que si ellos querían transformar el error en un gran momento educacional, deberían tener reacciones inolvidables. Los padres pensaron y tu- vieron un gesto inusitado. Como el valor era pequeño, le dieron a la niña el doble del dinero hurtado y le demostraron elocuentemente que ella era más importante para ellos que todo el dinero del mundo. Le explicaron que la honestidad es la dignidad de los fuertes.
Esta actitud la llevó a reflexionar. En vez de resultar archivados en la memoria el hecho de ser ladrona y un castigo agresivo de los padres, quedaron registrados en la memoria recepción, comprensión y amor. El drama se transformó en un romance. La joven nunca se olvidó de que, en un momento tan difícil, sus padres le enseñaron y la amaron. Cuando cumplió quince años, abrazó a sus padres, diciéndoles que nunca se había olvidado de aquel momento poético. Todos rieron. No quedó cicatriz.
Otro caso no tuvo el mismo destino. Un padre fue llamado a la comisaría porque el guardia de seguridad había visto a su hijo robando un CD en un local de un centro comercial. El padre se sintió humillado. No vio la angustia del muchacho y el hecho de que la falla pudiera ser una excelente oportunidad para revelar su madurez y sabiduría. En lugar de eso, abofeteó al hijo delante de los guardias.
Al llegar a casa, el joven se encerró en su cuarto. El padre intentó tirar la puerta abajo, porque se dio cuenta de que el hijo estaba intentando matarse. En una acción irreflexiva, renunció a la vida, creyéndose el último de los seres humanos. El padre habría dado todo lo que tenía para volver atrás, pues jamás pensó que perdería a su hijo querido.
Por favor, jamás castigue con ira. Como dije, no so- mos gigantes, y en los treinta primeros segundos de rabia somos capaces de herir a las personas que más amamos. No se deje esclavizar por su ira. Cuando sienta que no puede controlarla, salga de la escena, pues de lo contrario usted reaccionará sin pensar.
El castigo físico debe evitarse. Si algunas palmadas tienen lugar, deben ser simbólicas y acompañadas de una explicación. No es el dolor de las palmadas lo que estimulará la inteligencia de los niños y los jóvenes. El mejor modo de ayudarlos es llevarlos a repensar sus actitudes, penetrar dentro de sí mismos y aprender a colocarse en el lugar de los otros.
Al practicar esta educación, usted estará desarrollando las siguientes características en la personalidad de los jóvenes: liderazgo, tolerancia, prudencia, seguridad en los momentos turbulentos.
Si un joven lo lastimó, hable de sus sentimientos con él. Si es preciso, llore con él. Si su hijo falló, discuta las causas de su falla, déle crédito. La madurez de una persona se revela por el modo inteligente con que corrige a alguien. Podemos ser héroes o verdugos para los jóvenes.
jamás ponga límites sin dar explicaciones. Es éste uno de los pecados capitales más comunes que los educadores cometen, sean ellos padres o maestros. En los momentos de ira, la emoción tensa bloquea los campos de la memoria. Perdemos la racionalidad. ¡Deténgase! Espere que la temperatura de su emoción baje. Para educar, use primero el silencio y después las ideas.
El mejor castigo es aquel que se negocia. Pregunte a los jóvenes lo que ellos merecen por sus errores. ¡Us- ted se sorprenderá! Ellos reflexionarán sobre sus actitudes y tal vez, se darán un castigo más severo a sí mismos del que usted aplicaría. Confíe en la inteligencia de los niños y los adolescentes.
Sancionar con castigos, privaciones y límites sólo educa si no es en exceso y si estimula el arte de pensar. De lo contrario, será inútil. El castigo sólo es útil cuando es inteligente. El dolor por el dolor es inhumano. Cambie sus paradigmas educacionales. Elogie al joven antes de corregirlo o criticarlo. Dígale lo importante que es él, antes de señalarle el defecto. ¿La consecuencia? Él recibirá mejor sus observaciones y lo amará para siempre.
5. Ser impaciente y desistir de educar.
Había un alumno muy agresivo e inquieto. Perturbaba la clase y creaba frecuentemente problemas. Era insolente, desobedecía a todos. Repetía los mismos errores con frecuencia. Parecía incorregible. Los maestros no lo soportaban. Pensaron en expulsarlo.
Antes de la expulsión, entró en escena un maestro que resolvió apostar por el alumno. Todos opinaron que era una pérdida de tiempo. Aun sin el apoyo de sus colegas, él empezó a conversar con el joven en los recreos. Al principio era un monólogo, sólo el maestro hablaba. De a poco, empezó a conquistar al alumno, a jugar y a llevarlo a tomar helado. Maestro y alumno construyeron un puente entre sus mundos. ¿Usted ya construyó alguna vez un puente como éste con las personas difíciles?
El maestro descubrió que el padre del muchacho era alcohólico y que les pegaba tanto a él como a la madre. Comprendió que el joven, aparentemente insensible, ya había llorado mucho, y que ahora se había quedado sin lágrimas. Entendió que su agresividad era una reacción desesperada del que estaba pidiendo ayuda. Sólo que nadie descifraba su lenguaje. Sus gritos no eran escuchados. Era mucho más fácil juzgarlo.
El dolor de la madre y la violencia del padre produjeron zonas de conflicto en la memoria del muchacho. Su agresividad era un eco de la agresividad que recibía. Él no era un reo, era una víctima. Su mundo emocional no tenía colores. No le dieron el derecho de jugar, sonreír y ver la vida con confianza. Ahora, estaba perdiendo el derecho de estudiar, de tener la única oportunidad de ser un gran hombre. Estaba por ser expulsado.
Al tomar conocimiento de la situación, el maestro empezó a ganárselo. El joven se sintió querido, apoyado y valorizado. El maestro empezó a educar su emoción. Se dio cuenta, ya en los primeros días, que detrás de cada alumno distante, de cada joven agresivo, hay un niño que necesita afecto.
No pasaron muchas semanas para que todos quedaran sorprendidos con el cambio. El muchacho indisciplinado empezó a respetar. El muchacho agresivo empezó a ser afectuoso. Creció y se convirtió en un adulto extraordinario. Y todo esto porque alguien no renunció a él.
Todos quieren educar jóvenes dóciles, pero son los que nos frustran los que prueban nuestra calidad de educadores. Son los hijos complicados los que ponen a prueba la grandeza de su amor. Los alumnos insoportables los que ponen a prueba su humanismo.
Los padres brillantes y los maestros fascinantes no desisten de los jóvenes, aunque ellos los decepcionen y no les den una devolución inmediata. La paciencia es su secreto, la educación del afecto es su meta.
Me gustaría que ustedes se convenzan de que los jóvenes que más los decepcionan hoy podrán ser los que les darán más alegrías en el futuro. Basta con invertir en ellos.
6. No cumplir su palabra.
Había una madre que no sabía decir "no" a su hijo. Como no soportaba los reclamos, rabietas y agitación del niño, quería atender a todas sus necesidades y pedidos. Pero no siempre lo lograba, y, para evitar trastornos, prometía lo que no podía cumplir. Tenía miedo de frustrar al hijo.
Esta madre no sabía que la frustración es importante para el proceso de formación de la personalidad. Quien no aprende a lidiar con pérdidas y frustraciones nunca madurará. La madre evitaba trastornos momentáneos con el hijo, pero no sabía que le estaba preparando una trampa emocional. ¿Cuál fue el resultado?
El hijo perdió el respeto por su madre. Pasó a manipularla, explotarla y a discutir intensamente con ella. La historia es triste, pues el hijo sólo valorizaba a la madre por lo que ella tenía y no por lo que era.
En su fase adulta, este niño tuvo graves conflictos. Por haber pasado la vida viendo a la madre mintiendo y no cumpliendo su palabra, proyectó en el ambiente social una desconfianza fatal. Desarrolló una emoción insegura y paranoica, le parecía que todo el mundo quería engañarlo y serrucharle el piso. Tenía ideas persecutorias, no lograba hacer amistades estables, ni duraba en los empleos.
Las relaciones sociales son un contrato firmado en el escenario de la vida. No lo rompa. No disimule sus reacciones. Sea honesto con los jóvenes. No cometa esta falla capital. Cumpla lo que promete. Si no puede, diga "no" sin miedo, aunque su hijo patalee. Y si usted se equivoca en esta área, vuelva atrás y pida disculpas. Las fallas capitales en la educación pueden solucionarse cuando se corrigen rápidamente.
La confianza es un edificio difícil de construir, fácil de demoler y muy difícil de reconstruir.
7. Destruir la esperanza y los sueños.
El mayor pecado capital que los educadores pueden cometer es destruir la esperanza y los sueños de los jóvenes. Sin esperanza no hay camino, sin sueños no hay motivación para caminar. El mundo puede derrumbarse sobre una persona, ella puede haber perdido todo en la vida, pero si tiene esperanza y sueños, tiene brillo en los ojos y alegría en el alma.
Había cierto padre muy ansioso. Tenía una elevada cultura académica. En su universidad todos lo respetaban. Mostraba seriedad, elocuencia y perspicacia en decisiones que no involucraban emoción. Sin embargo, cuando lo contrariaban, bloqueaba su memoria y reaccionaba agresivamente. Eso sucedía sobre todo cuando llegaba a casa. En su trabajo era sobrio, pero en la casa era un hombre insoportable.
No tenía paciencia con sus hijos. No toleraba la más mínima decepción. Cuando se enteró de que uno de ellos había comenzado a drogarse, sus reacciones, que ya eran malas, se volvieron peores. En vez de abrazarlo, ayudarlo y animarlo, pasó a destruir la esperanza del hijo. Le decía "No vas a ser nada en la vida", "Terminarás siendo un marginal". El comportamiento del padre deprimía todavía más al hijo y lo llevaba más hondamente al calabozo de las drogas. Lamentablemente el padre no se detenía. Además de destruir la esperanza del muchacho, le obstruía los sueños, bloqueaba su capacidad de encontrar días felices. Le decía: "Tú no tienes remedio", "Sólo me das disgustos".
A algunas personas íntimas de este padre les parecía que tenía doble personalidad. Pero desde el punto de vista científico no existe la doble personalidad. Lo que existen son dos campos distintos de lectura de la memoria leídos en ambientes distintos, que dan lugar a una producción de pensamientos y reacciones completamente distintos.
Muchas personas son un cordero con los de afuera y un león con los miembros de la familia. ¿Por qué esta paradoja? Porque, con los de afuera, se frenan y no abren ciertas zonas oscuras de la memoria, o sea, los archivos que contienen zonas de conflictos. Con los más íntimos, estas personas pierden el freno de lo consciente y abren las zonas oscuras del inconsciente. En este momento afloran la rabia, la insensatez, la crítica obsesiva.
Este mecanismo está presente, en mayor o menor grado, en todas las personas, incluso en las más sensatas. Todos tenemos tendencia a herir a las personas que amamos. Pero no podemos aceptar esto. Si no, corremos el riesgo de destruir los sueños y la esperanza de las personas que nos son más queridas.
Los jóvenes que pierden la esperanza tienen enormes dificultades para superar sus conflictos. Los que pierdan sus sueños serán opacos, no brillarán, gravitarán siempre alrededor de sus miserias emocionales y sus derrotas. Creer en el más bello amanecer después de la más turbulenta noche es fundamental para tener salud psíquica. No importa el tamaño de nuestros obstáculos, sino el tamaño de la motivación que tengamos para superarlos.
Uno de los mayores problemas en la psiquiatría no es la gravedad de la enfermedad, sea ésta una depresión, fobia, ansiedad o fármacodependencia, sino la pasividad del yo. Un yo pasivo, sin esperanza, sin sueños, deprimido, resignado a sus aflicciones, podrá cargar con sus problemas hasta la tumba. Un yo activo, dispuesto, osado, puede aprender a gerenciar los pensamientos, reeditar la película del inconsciente y hacer cosas que superen nuestra imaginación.
Los psiquiatras, los médicos clínicos, los maestros y los padres son vendedores de esperanza, mercaderes de sueños. Una persona sólo comete suicidio cuando sus sueños se evaporan, cuando su esperanza se disipa. Sin sueños no hay aliento emocional. Sin esperanza no hay coraje para vivir.
Texto extraído del libro de Augusto Curi :
"Padres brillantes, Maestros fascinantes", editorial Zenith
Conmovedor lo de Cury
ResponderEliminarCuánto tenemos por aprender! Cuanto tenemos por madurar! Y que oportunidad dorada tenemos de poder hacerlo. Nuestros padres no tuvieron esa oportunidad. La palabra reflexión no figuraba en sus diccionarios y no tenían ni estos bellos materiales ni los mas bellos ejemplos de vida que nosotros sí tenemos. Y en función de esto , tal oportunidad se convierte en deber. Debemos caminar en esa dirección. Gracias por acercarnos material tan valioso.
Como aspirante a ejercer la paternidad con madurez : muchas gracias.
yo no sigo nada........... solose que no se nadaaaaaa jajajajaja
ResponderEliminarMUY BUENO, MUCHAS GRACIAS POR LA INFORMACION, ES MUY REFLEXIVO
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