viernes, 8 de mayo de 2009

Como llegar a ser un Patovica Espiritual


El servicio es el gimnasio del alma. Las personas que llevan a la práctica la ayuda al prójimo en forma desinteresada y consecuente, desarrollan lo que se denomina musculatura espiritual, que no es más que permanecer serenos y expectantes ante las diversas situaciones que generan “puntos de tensión” en el diario vivir y desarrollar las semillas virtuosas que todo ser, por el solo hecho de haber nacido, lleva impresas en su alma. En la cancha se ven los pingos...

“Puntos de tensión” son situaciones comunes y corrientes de la vida cotidiana que algunos, pretenciosamente llaman “pruebas”, pero que, no tengamos duda, nos ponen ante la disyuntiva de abandonar el marco teórico de las frases hechas o los lugares recurrentes del pasado y poner en la práctica la vivencia lúcida y reflexiva que ilustra, corrige y sana. No hay que realizar grandes hazañas para ser un “patovica espiritual”. Veamos esta situación: hay ocasiones en que quisiéramos cruzar hacia la vereda de enfrente porque se acerca alguien con quien no nos hablamos desde hace mucho por algún desencuentro que no fue resuelto en tiempo y forma. Nuestra mente es experta en crear muros donde debiera haber puentes. Una persona “fofa”, espiritualmente hablando, se cruza de vereda para evitar tal encuentro; un “patovica espiritual” provoca el encuentro y con una sonrisa, la mirada firme y un apretón de manos, un abrazo o un beso, reanuda la relación.
Para el patovica no hay nada que demostrar ante un entredicho. Eso es cosa de personas inmaduras y una de las características del “patovica espiritual” es ser estable en sus emociones. No oculta la tierra debajo de la alfombra. Se hace cargo. Tapa el bache de la relación y restablece el entramado de la red. Restablecer el entramado es como zurcir una media cuando se escapó algún punto.

Se necesitan patovicas que custodien a las familias
Hay una enorme cantidad de familias desmanteladas por no soportar los puntos de tensión ante lo que denominan una ofensa. Se ofenden y dejan de hablarse durante largo tiempo o para siempre. La escuela de la vida los convoca para convivir (“vivir con”) y así aprender del encuentro, pero rehúyen el examen. Se “borran” cuando debieran estar presentes. Las familias no crecen a través de las ausencias. Ser “fofo”, emocionalmente hablando es el gran drama de la sociedad de estos días. La presencia de un patovica espiritual sutura los baches de las ausencias.
Madre o Padre debieran ocupar ese rol y de hecho muchos lo hacen eficazmente. Pero se ve hoy en día a tantos jóvenes a la deriva, habitantes de las zonas pantanosas de la vida, confusos, ruidosos, tatuados, integrantes de alguna tribu urbana, ejerciendo la delincuencia, la violencia o la limosna, que se denota sin duda, la necesidad imperiosa de patovicas espirituales que se hagan presentes en las familias del mundo.
Los padres siempre educamos. Somos ejemplo, tanto de lo que hay que hacer como de lo que no hay que hacer. Los padres espiritualmente fofos son siempre ejemplos de lo que no hay que hacer. Son los formadores de los jóvenes a la deriva que hablábamos anteriormente. No cultivan las virtudes, y por consiguiente no las trasmiten, porque para encontrar las perlas de las virtudes hay que sumergirse en el propio mundo emocional y los fofos se escapan de remover zonas interiores, lo que consideran una molestia, una piedra en el zapato. Aplican el cuestionable arte de escaparse de sí mismos. Los patovicas espirituales en cambio, son ejemplos de lo que hay que hacer. Primero tratan de poner un poco de orden a su mente para que hable virtuosamente el corazón. Por añadidura, y no por buscarlo, devienen los resultados positivos que se verán reflejados en la conducta de sus hijos.
La escuela de la familia es una institución disponible para la formación de patovicas espirituales. El porcentaje de egresados depende del compromiso que cada alumno ponga en el trascurso del aprendizaje. Podríamos sentenciar: “Padres comprometidos consigo mismos, hijos responsables de sí mismos”. Hay una bella frase que dice: El valor de una vida se mide por las vidas que toca.

La musculatura espiritual
Al patovica espiritual no lo voltean los vientos de la vida, al contrario, la presión lo hace más dúctil en el manejo de más presión. Eso se debe a que en lugar de entender, comprende. ¿Cuál es la diferencia? El hecho de entender es intelectual y por consiguiente cuestionable. Pero el comprender no es una función del intelecto sino del alma, en donde las vivencias quedan comprendidas dentro de uno mismo. Son el patrimonio vivencial del ser.
El transformarse en patovica espiritual es un hecho finito con alcances infinitos, pues para ocuparse del prójimo, el individuo debe establecer una conexión integral con la vida, es decir que comprende que todo tiene que ver con todo. Eso lo lleva a dejar de tener una conciencia individual para incorporarse a una conciencia grupal que es la especie misma. En este caso su familia es su grupo pero también su grupo es la humanidad.
Necesitamos dejar de ser farolitos para empezar a ser Soles. Las guerras, tanto en los campos de batalla, como en las empresas, como en la sociedad o en las familias, comienzan en el corazón del hombre. Un patovica espiritual sabe que su principal conquista es la del corazón del hombre, y siempre debe estar dispuesto a rescatar a sus semejantes. Así es como se forma la musculatura espiritual: sirviendo.

El Hogar del patovica espiritual
Una casa es solamente la estructura. Un Hogar es la esencia. El patovica espiritual vive en un Hogar del que participa y hace participar Debemos darle cuidado al Hogar interior de cada uno. Eso es un Hogar. Un conjunto de seres que se acompañan en todo momento, y cada uno atraviesa la crisis que le toca en su nivel de crecimiento. Pero siempre cuenta con el apoyo incondicional de los compañeros. Si esquivamos las crisis no solo nos perderemos la oportunidad de crecer, sino que entraremos en crisis involutivas o de crecimiento a través del dolor innecesariamente. Si no podemos atravesar las crisis no podemos acompañar a un compañero. El Hogar como estado de conciencia es la cúpula dorada que alimenta amorosamente al patovica espiritual. Sin el alimento dorado del Hogar uno puede andar deambulando por la vida. Un Hogar nos sitúa en donde debemos estar para ser útiles a la vida.

Algunos requisitos para cumplir la función de “patovicas espirituales” son:

● Escuchar en silencio, comprometida y desapasionadamente. Saber discernir.
● Introducir una cultura de paz en la educación de los jóvenes.
● Estar presentes.
● Hacer lo que se debe en lugar de lo que se quiere.
● Saber que todo tiene que ver con todo y que cada cosa forma parte de un conjunto.
● Observar el pasado pero sin identificarse con él.
● Desarrollar la Observación y la Atención en todas las circunstancias de la vida.
● Sostener estas virtudes en el tiempo: Firmeza, Solidez Emocional, Confianza y Alegría.

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